Me llamo Felipe Romero Caparrós, soy un joven ingeniero industrial de 25 años, emprendedor y estudiando un doctorado en la Universidad de Málaga, ciudad donde he vivido casi toda mi vida. Soy una persona muy activa que, además de tratar de colmar mis inquietudes por saber y buscar soluciones a distintos problemas, siempre he sido muy sociable, enérgico y con unas ganas inmensas de amar y sentirme amado.
Desde pequeño, fui educado en la fe cristiana. Fui a un colegio religioso, hice mi primera comunión y, cuando cumplí los 16 años, la confirmación. Sin embargo, aunque no dejé de creer en Dios, me alejaba constantemente de Él. Me creí con el poder de decidir que daba igual lo que hiciera, porque podía alcanzar la Salvación mientras fuera buena persona y no tratara de hacer daño a nadie. Pero me olvidé de Él, porque no era capaz de agradecerle la vida tan maravillosa que siempre he tenido; me olvidé de pedirle perdón durante 8 años por las veces que actúe mal con Él y con los demás; me olvidé de ir a verle; me olvidé de pedirle por mi paz interior, mi madurez y por las personas que más quiero; me olvidé de que era Él quien siempre me amará y el que siempre saciará esa eterna necesidad.
Pero Dios quiso recuperarme y lo está haciendo, respetando el tiempo que yo necesitaba para asimilar todo lo que había ocurrido. Entonces llevaba casi 4 años con mi novia, una relación sana, fuerte, incondicional y con las ideas bastante claras de mis planes de futuro con ella. La llamada de Dios surgió a raíz de que ella hiciera el retiro de Effetá y, entonces, fui consciente de la necesidad tan grande que ella tenía del Amor de Dios. Sentí una curiosidad inmensa hacia esa felicidad y quise que el Señor estuviera en el centro de la relación. Lamentablemente, ahora mismo no estamos juntos, porque era importante que cada uno se encontrara consigo mismo, superar las dependencias emocionales y, a partir de ahí, construir de nuevo según los planes de Dios. Él nunca se equivoca. Estoy aprendiendo a confiar en Él para recibir la paz interior que necesito para madurar y crecer como persona, según lo que Jesús nos enseña. Ahora no tengo miedo. Eso no significa que no Le pida lo que crea que es mejor para mí, pero sí me tranquiliza saber que Él siempre me dará lo que me hará feliz.
Ahora, en mi día a día, hablo con Dios, le agradezco cada nuevo día y la nueva oportunidad que se me brinda; antes de tomar una decisión importante me planteo si me acerco o me alejo de Sus enseñanzas; trato de escuchar más, de empatizar y comprender; veo señales con las que me habla; no me siento solo en los momentos más difíciles; he llegado a reír y a llorar con Él. Además, he conocido a muchísima gente muy sana gracias a este acercamiento y con quien compartir los momentos de esta vida que es un regalo y que pretendo aprovechar al máximo.
No hay nada más bonito que sentir que Dios te quiere incondicionalmente, te cuida y te inspira a amar a los demás.
Felipe Romero Caparrós