La envidia surge cuando pensamos que nos falta algo, ya sea reconocimiento, o una cosa material, o alguna cosa que alguien haga por nosotros. Esa «falta» de algo incluye una sensación de injusticia por una especie de «favoritismo» hacia los demás. El Demonio tiene envidia del hombre porque está destinado a vivir eternamente en la presencia de Dios, un lugar vetado para él.
En el fondo de toda envidia hay una queja sobre la relación de cariño de un tercero con la persona a la que envidiamos. Por los regalos que le hace, o porque pasa por alto sus faltas, o por cualquier otra muestra de afecto en su relación que interpretamos como predilección.
En toda envidia hay una relación con un «tercero» que se sopesa, aunque no se mencione. Hay gente envidiosa en abstracto porque «la vida», trata mejor a los demás. Lo que se valora es la acción de la Providencia de Dios para ellos y por tanto, esa relación.
El hijo mayor de la parábola del hijo pródigo tiene envidia de su hermano por como le trata el padre, aún habiéndose portado mal. «Tú no me diste un cabrito». En la base está el sentimiento de falta de cariño que no ve en su propia relación con él, pero si en la de su hermano.
«Tú, Tú no me das, necesito que me demuestres tu cariño». La envidia por eso tiende a atacar las relaciones a base de murmuraciones, difamación, bloqueos, romper todo contacto, etc… El Demonio envidioso quiere romper la relación del hombre con Dios.
Jesús responde al hijo mayor a través de otra parábola «¿vas a enfadarte porque yo soy bueno?» Dios es amor, por eso todas las relaciones que tiene, con cada uno de nosotros, son de amor. No puede ser de otra manera, no puede dejar de ser quién es.
El problema surge porque no vemos nuestra relación con Dios así, pero si las de los demás.
Por eso hay 4 armas para empezar a sanar:
1. El silencio. La envidia produce ruido constante en el alma: «Fíjate en ese, mira eso» «¿por qué a mi no?» «ya está otra vez».
Sin silencio no podemos escuchar a Dios. Y lo necesitamos para poder afianzar y mejorar nuestra relación de amor con Él. Cuanto más crece esta relación más te fijas en los detalles de amor que tiene contigo. La oración continua en el silencio del corazón es la ventana al Corazón de Jesús y a todas las riquezas que quiere darte.
2. Actos de misericordia. Cuando te fijas en lo que Dios hace para mostrar su amor al otro puedes notar la emoción de «falta de amor». Las emociones no se pueden evitar pero se pueden reconducir al vicio o la virtud.
Puedes decir «Dios le quiere más a él» y tener envidia o pensar «Dios me debe de querer igual a mí, necesito crecer en mi relación con Él para descubrir hasta qué punto. Necesito conocerle más «en el primer caso desemboca en el vicio, en el segundo reconoces que la falta está en ti y no en Dios. Es el paso más difícil porque requiere humildad y sin humildad no se puede sanar. Los actos de misericordia nos ayudan a amar como Dios ama. De esta forma podemos experimentar lo que siente Dios «amando» al otro. Cambia nuestra perspectiva.
Hace que conozcamos más profundamente a Dios y por qué hace lo que hace.
3. Pedir insistentemente el don de Sabiduría. El don de Sabiduría te hace «gozar» de Dios. Santa Catalina de Siena se dio cuenta que tenía el cielo dentro de ella misma.
Si tenemos el Paraíso dentro de nosotros no hay nada que podamos envidiar. Lo tenemos todo. En el libro de la Sabiduría leemos que entra en las almas santas y las hace amigas de Dios ( Sab 7,27);por ella se disfruta de la más profunda, estrecha e íntima relación con Dios.
Podemos darle muerte a la envidia cuando recurrimos al don de Sabiduría y suplicamos a Dios que nos llene completamente. La profunda e íntima relación personal con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Eso es el paraíso, el cielo en la tierra.
4. Una de las 7 palabras de Jesús en la Cruz. La Cruz es victoriosa contra todos nuestros vicios, por eso las 7 palabras que Jesús pronunció en ella son poderosísimas en nuestra hucha espiritual. En el caso de la envidia podemos blandir la segunda:
«En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». La palabra clave aquí es CONMIGO. Siempre que estemos con Jesús, estaremos satisfechos. San Francisco de Asís solía decir: «Mi Dios y mi Todo»
Si lo tenemos a Él, lo tenemos todo. Somos ricos, aunque otros crean que somos pobres. Esa es la razón por que la segunda palabra de Jesús desde la Cruz dará completamente muerte a la envidia. Podemos crucificar allí ese pecado.
Como ayuda adicional se puede practicar la docilidad y el abandono, para vivir realmente el Salmo 23 «El Señor es mi pastor. Nada me falta».