No te desesperes, no te angusties, no pierdas la fe en Dios. No te desesperes, porque desesperarse significa dejar de esperar, dejar de creer que Dios, de todo lo malo, puede sacar algo bueno. Es no confiar en su omnipotencia, en la capacidad que sólo tiene Él: sacar el bien de nuestras faltas, de las faltas de los demás, de los golpes inesperados de la vida, del dolor, del sufrimiento.
No te asustes de tu miseria, de tus pecados o de tu dolor. No te desesperes contigo mismo, porque como bien dice San Agustín (y con autoridad moral para decirlo): «todo contribuye al bien de los que aman a Dios, ¡incluso el pecado!». Dios puede transformar todo, puede darle un vuelco a tu existencia. Sólo tienes que confiar en Él. Santa Teresa de Jesús, que alcanzó la verdadera fe a los cuarenta años (¡y llevaba veinte en el convento!), dice en su Libro de la Vida que Dios «dora las culpas». Él coge tu pecado, lo esconde en sus llagas, lo limpia con su sangre, te mira con cariño y te tiende la mano para empezar de nuevo, porque Él hace nuevas todas las cosas (Ap, 21,5).
Si estás cansado, agobiado, intranquilo… Si sientes que no tienes fuerzas, que el dolor es demasiado profundo, que tus pecados te pesan en el alma como una losa sobre la espalda, no desesperes. Acércate al confesionario, pide al Señor su gracia y observarás cómo, en la persona del sacerdote, se hace presente, te mira con ternura y te dice «yo te perdono». Y hace que desaparezcan totalmente esos pecados. Hace que las palabras tranquilizadoras que manan de la boca del sacerdote inunden de paz tu alma. Y la desesperación desaparecerá, el Señor te mostrará un camino nuevo, mostrará lo que solo Él puede hacer: transformar la tristeza en alegría, el dolor en esperanza, la caída en redención. «Tú misma lo verás, todo, sea lo que sea, terminará bien… Yo puedo hacer que todo salga bien» le dice Jesús a santa Juliana de Norwich.
Si llevas tiempo sufriendo y parece que el dolor no mitiga, el Señor te está pidiendo que confíes en Él, porque quien más espera, más alcanza. Quien más confía, más recibe. Quien más ama, más feliz es. Quien sufre se hace como Él, adquiere una semejanza con el mejor de los hombres, y así la felicidad vuelve al rostro y la prueba se transforma
en alabanza. «Gracias Señor, por perdonarme de nuevo, por no desesperarte conmigo, por no perder la fe en mí aunque yo lo haga». Él te tiene preparado un plan, de lo contrario no estarías aquí. Solo que, como todos sabemos, el héroe no consigue la victoria sin luchar, porque sino no sería un héroe. El Señor pasó por el Calvario para resucitar. El sufrimiento viene antes de la gloria.
Pero no desesperes. La gloria está ahí, a la vuelta de la esquina. Solo tienes que esperar. Y mientras tanto, ama.
Patri Navarrete