La filtración de un borrador del Tribunal Supremo de los Estados Unidos por el que se ilegalizaría el aborto en el país norteamericano ha reabierto el debate.
En España, además, se ha anunciado la aprobación, mañana martes, de una nueva ley al respecto precisamente para sortear el posible fallo del Tribunal Constitucional contra la anterior, que lleva más de una década sin resolverse.
Aunque hace unos años fui bastante beligerante al respecto, hoy reconozco que trato de no insistir mucho en el tema. Y no es que haya disminuido un ápice mi defensa de la vida humana en el seno materno, sino que creo que nuestras sociedades supuestamente desarrolladas han asimilado tan profundamente la barbaridad de aceptar el derecho de las madres a decidir sobre las vidas de sus hijos e hijas, que son incapaces de darse cuenta del error en el que están.
Pocos recapacitarán si solo ponemos el foco en el final de esa gran cadena de mentiras que tiene como consecuencia el aborto. En mi opinión, hay que insistir en otro sitio: hay que atacar a la raíz del mal.
Cuando explico a mis hijos la gravedad de las mentiras, siempre utilizo el ejemplo que nos da el segundo libro de Samuel, con la historia de David y Betsabé. El rey David cayó en la mentira de que la sexualidad puede convertirse en un divertimento sin consecuencias.
Aquella mentira le llevó a acostarse con la mujer de uno de sus soldados, lo que lo obligaba a seguir mintiendo porque, de haberse descubierto el adulterio, Betsabé lo habría tenido que pagar con su vida. Al enterarse de que, fruto de aquel “desliz sin importancia», se había producido un embarazo no deseado, volvió a inventarse una serie de mentiras para tratar de que el marido, Urías, regresara del frente con urgencia. Su intención no era otra que la de propiciar el encuentro matrimonial para poder así maquillar como legítimo el nacimiento de la criatura.
Pero la negativa de Urías, un hombre de honor, a ir a su casa y a acostarse con su mujer por respeto a sus hombres a quienes había dejado en las duras condiciones propias de la guerra, obligaron al rey a inventar una mentira aún mayor: la muerte fortuita del soldado en el combate para poder así tomar a la viuda como esposa y legitimar el embarazo. Así pues, mandó al jefe de su ejército que colocara a Urías en una posición de peligro en la batalla para luego retirarse y dejarlo morir a manos del enemigo. Consumada la orden del rey, junto a Urías murieron también varios de sus hombres más valientes.
Y todo por una sola mentira.
¿Pensó en algún momento David en matar por propia voluntad a quienes se jugaban a diario la vida por él y por su pueblo en el momento de acostarse con Betsabé? En ningún momento, pero una mentira lleva a la otra y luego no hay más remedio que cometer un disparate para ocultarlas. Así de simples somos.
Las mentiras del aborto
Igualmente pasa con el aborto, hay que remontarse muy atrás en la cadena de mentiras para tratar de entenderlo como fenómeno.
La primera mentira es la misma en la que cayó David: la sexualidad es una diversión inocua, desligándola de su componente biológico, afectivo y social.
La segunda es que los anticonceptivos evitarían los embarazos no deseados, cuando estos se han modernizado y popularizado y muchas mujeres siguen teniendo que recurrir a la píldora del día después o al aborto para tratar de enmendar el fallo.
La tercera es decir que el aborto es un derecho de la mujer, cuando lo que han conseguido las leyes es cargar solo sobre ella un problema que es de dos. La llamada “interrupción voluntaria del embarazo” es la panacea del varón sexualmente irresponsable y abusón pues, como denuncian las ONGs que acompañan a mujeres embarazadas, una de las frases más repetidas es la de: “o abortas o te dejo”; cuando no son directamente obligadas a abortar bajo amenazas violentas. Y así podríamos seguir añadiendo mentira tras mentira que hemos venido inventando para tratar de justificar lo injustificable.
Cuando las ideologías vienen a construir un modelo de humanidad distinto a la verdad que hombres y mujeres llevamos inscritos en nuestra naturaleza, ocurren estas cosas.
Hoy, nuestra sociedad, necesita del aborto para sostener el falso modelo de hombre y mujer que nos ha propuesto. Por eso, eliminar el aborto llevaría consigo reconocer la gran mentira previa y nadie está dispuesto a hacerlo. ¡No pueden!
Estos días oiremos a muchos defender el aborto apelando a la libertad. No saben que son esclavos de sus mentiras y que solo la verdad nos hará libres.
Escrito por Antonio Moreno en Omnes