¿Cuántas veces sentimos dolor a lo largo de la vida? ¿Cuántos tipos de dolor llegaremos a experimentar? ¿Cuánto tiempo se quedará con nosotros? Si algo hay común a todo ser humano, independientemente de su sexo, nacionalidad, edad, circunstancias… es que todos sufrimos. Nadie se libra. Todos experimentamos y seguiremos experimentando el dolor; y huir de ello solo acrecienta el miedo al sufrimiento y acaba por intensificarlo cuando éste llega, y sí, siempre llega.
Vivimos en una sociedad en la que a todas horas nos advierten de la importancia de evitar peligros, de no asumir riesgos, de prevenir el dolor, de eliminar el sufrimiento. Se busca la seguridad, el bienestar y la comodidad a cualquier precio. Arraiga entre nosotros una filosofía que defiende que todo daño es prevenible y que nuestro objetivo debe ser el “sufrimiento cero”, debiendo subordinar cualquier otro fin a éste último. Vivimos en una cultura en la que la precaución es tal, que ha acabado por sembrar un miedo al dolor que ha llegado a hacernos intolerantes al mismo. No podemos soportarlo. Cuando llega nos hunde, nos descoloca, nos paraliza. Y nos provoca un rechazo tan grande que somos incapaces de lidiar serenamente con él.
Pero dejando a un lado estas tendencias actuales, debemos reconocer que en ninguna época fue, es, ni será, agradable el dolor. El dolor se sufre, te entristece, te deja un vacío y te hace sentir solo. Muchas veces es injusto; otras, totalmente incomprensible. Pero aun así, hoy me gustaría descargarte un poco de ese miedo al dolor diciéndote que, aunque injusto e incomprensible, siempre es útil y depende de ti que no sea en vano ese sufrimiento por el que te está tocando pasar.
En concreto, quiero hablarte hoy de 5 utilidades del dolor.
En primer lugar, quiero empezar por una canción que desde pequeña me ha enseñado mi padre para decirme “Martita, lo que no te mata te hace más fuerte”. Y no sé quién de los dos lo explica mejor, si mi padre o Kelly Clarkson, pero ambos tienen razón al decir que: “what doesn’t kill you makes you stronger”. Si algo podemos aprender del dolor es a hacernos más fuertes gracias a él, a dejar de ser niñitos de cristal para convertirnos en personas fuertes y recias. El dolor bien canalizado nos enseña a forjar el carácter, a madurar, a crecer; incluso a agrandar el corazón y ampliar la mente si evitamos sentimientos de venganza, enfado y rencor; y los transformamos en perdón, alegría y cariño.
En segundo lugar, el dolor puede ser ofrecido por muchísimas cosas. Podemos aprovechar ese sufrimiento para ofrecérselo a Dios por algunas intenciones que tengamos nosotros, nuestra familia, amigos… Podemos darle ese sentido sobrenatural y hacer del dolor un medio para pedir. Dios se conmueve con el sufrimiento de sus hijos, y si de normal no nos abandona, imagínate lo incapaz que es de decirle “no” a aquel hijo suyo que abraza un sufrimiento por amor a Dios y acude a su intercesión.
En tercer lugar, el dolor puede ser utilizado como vía de purificación. De esta manera, le pedimos a Dios que este dolor actual y terreno nos sirva para purificar nuestra alma, y así “acortar el tiempo en el purgatorio” porque ya estaríamos purgando en la tierra. En la misma confesión el sacerdote nos dice: ”… el bien que hagas y el mal que puedas sufrir te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna”. Que cuando estemos sufriendo recordemos estas palabras, y queramos realmente purificar con ese dolor todo el mal que hayamos hecho. Y con miras más altas, no solo lo podemos emplear para purgar nuestra alma, sino también la de aquellos que se encuentran en el purgatorio, y así ayudar a estas almas a alcanzar el Cielo.
En cuarto lugar, el dolor nos permite identificarnos con Cristo en la Cruz. Sufrir nos ayuda a comprender mejor a Jesús siempre que, al igual que Él, amemos a través de ese dolor. Precisamente el símbolo que nos representa a los cristianos es la Cruz, y el dolor es la oportunidad perfecta para hacerla propia, muy nuestra. Ese dolor nos permite mirar a Jesús crucificado y decirle: “Señor, si es tu Voluntad, haz de mi pobre carne un crucifijo” y entonces, podremos estar más cerca de Él que nunca. Solo subiéndonos a la Cruz podremos estar junto a Jesús, porque Cristo se encuentra ahí clavado. Que sea cual sea el dolor que nos toque, lo usemos como escalera para subirnos a la Cruz, darle un beso a nuestro Dios y aprender todo lo que podamos de Él durante ese periodo. Además, si nuestro dolor nos lleva a identificarnos con Cristo en la Cruz, también puede -y debe- llevarnos a empatizar y ver en aquellos que sufren personas que también se encuentran en la Cruz y que, por tanto, necesitan de nuestro cariño, acompañamiento, alegría y oración.
Por último, sufrir el dolor en nuestro propio ser nos permite sentirnos frágiles y carentes, a la vez que nos hace capaces de conocer el poder y el amor de Dios. Nos permite sentirnos frágiles al darnos cuenta de que con muy poco se nos parte el corazón, se nos saltan las lágrimas, nos desvelamos y angustiamos; y justo esto es lo que nos lleva a reconocernos carentes de ese algo que evitaría dicho desmoronamiento del alma; ese algo que es el Amor infinito de Dios. Pero esta insignificancia no son malas noticias, sino todo lo contrario, solo cuando previamente hemos experimentado estas sensaciones de fragilidad podemos darnos cuenta de que nos falta Dios, de que le necesitamos para sobrellevar ese dolor, para aprender de él, para amarlo. Cuando en medio de tanta tristeza sientes consuelo, paz, amor… al acercarte a Dios, experimentas como Él está por encima de todo, como realmente existe una fuerza más grande que cualquier sufrimiento; el Amor que Dios te tiene. Ya decía Santo Tomás que: “La tierra no tiene ninguna tristeza que el Cielo no pueda curar”. Y te digo más, los milagros nacen en las contradicciones. El dolor abre la posibilidad de que Dios haga milagros en ti, a veces serán pequeñas señales, otras puede que gestos más grandes. Por eso, no desesperes ante el sufrimiento, espera en él y Dios obrará en ti.
Para hacerte más fuerte, para ofrecer, para purgar, para identificarte con la Cruz, para ser testigo del poder de Dios… para todo ello nos sirve el dolor. Por ello, no olvides que, nunca, nunca, nunca -y repito- nunca, sufres en vano. Por muy inexplicable que sea ese sufrimiento, por muy poco que lo merezcas, por mucho que no entiendas ni el “por qué” ni el “para qué”. Da igual. Siempre podrás salir por éstas 5 vías que le dan sentido a ese dolor y te permitirán siempre crecer en virtudes, en amor y en definitiva, en santidad.
Por todo ello, no te dejes convencer por el miedo que nos infunden al dolor, ni caigas en ese evitar el sufrimiento a toda costa. Aprende a aceptarlo cuando llegue sin que te paralice, acógelo poco a poco con paz, sabiendo que es mucho el bien que puede hacerte a pesar de que sea muy grande el mal que estés sufriendo. Transforma la manera de verlo, de vivirlo y de compartirlo. En la mayoría de ocasiones no está en tu mano cambiar ese dolor, pero sí la forma de afrontarlo; de ti depende que sea con pánico, miedo y resignación, o que sea con paz, cariño y de la mano de Dios.
Ya sabes lo que se dice: “Ningún mar en calma hizo experto a un marinero”, y es que, sí, el sufrimiento duele, pero son precisamente las personas que más han sufrido las que mejor saben amar cuando han conseguido abrazar dicho sufrimiento y aprender de él. No le tengas miedo, ahora ya tienes herramientas para transformar ese dolor en algo muy bueno para ti y para los demás, para amar más a Dios y para estar muy cerca de Él. No estás solo, cógete de la mano de la Virgen y sube a la Cruz para entrar en intimidad con Jesús dentro de ese dolor.
Y recuerda siempre: “Te quiero feliz en la tierra. —No lo serás si no pierdes ese miedo al dolor. Porque, mientras caminamos en el dolor, está precisamente la felicidad.”
Marta Mata