Hace unos meses leí un libro de lo más recomendable “La ventaja de mirar insistentemente una lata de sopa” de Fernando de Haro, y entre muchas ideas valiosas una de las que más siguen resonando en mí es que los cristianos occidentales somos menos perseguidos de lo que creemos, y que el gran riesgo que corremos no es tanto esta supuesta persecución como la irrelevancia… Si el mensaje del que somos, o hemos de ser, testigos deja de llegar a nuestros hermanos, ahí la hemos liado parda, muy parda. Y el mensaje, la Buena Nueva, ¡el Evangelio! tiene en la moral una de sus amorosas consecuencias, no habitualmente su puerta de entrada. Es un mensaje de perdón, libertad y salvación sobre todo para aquellos que no creen merecerlo.
A veces creo que nos desmotivamos por ver rasgos que gritan que ya no vivimos en una sociedad mayoritariamente cristiana, y claro que esto puede ser una razón para entristecerse ¿pero solo eso? ¿mayoritariamente eso? ¿qué más podría ser? Si el cristianismo fuese algo que, una vez que se conoce y vive a fondo, suele descartarse por “poco eficiente”, por no dar respuesta, sí que tendríamos un problema gordo. Pero creo que todos tenemos la experiencia de que en la mayoría de los casos ha sido un cristianismo poco comprendido, mal explicado, adulterado en el emisor, receptor o en ambos, pero que el mensaje lejos de devaluarse no hace más que ser cada vez más LA respuesta ¡qué inmensa oportunidad! No sin mucho esfuerzo, pero lejos está de ser irrelevante si sabemos escuchar a nuestra sociedad.
Recientemente me ha llamado la atención la proliferación de servicios de pago para recibir saludos personalizados de parte de casi todo tipo de famosos, pagar para que alguien que no sabe quién eres tú diga que te desea un feliz cumpleaños, anhelamos ser conocidos, o tener la sensación de que lo somos, por aquellos que admiramos, que tienen poder… y me recordó que hace unos años escuché una conferencia en la que se relacionaba la aparición en la literatura de personajes “muertos en vida” con las guerras mundiales. Me explico. Tanto dolor cuestionaba y hasta rompía la cosmovisión de muchas personas, ¿puedo creer en un Dios bueno y omnipotente en medio de tanto dolor? ¿hay posibilidad de salvación eterna para quienes han cometido tanto mal?…
Algo dentro ha dicho al hombre, desde el inicio de la humanidad, que sí, que no hay deseos inútiles y que la lógica interna de las cosas responde al anhelo de trascendencia. Pero la inmediatez de tanto mal y tanto dolor era casi insoportable, y una de las respuestas sociales, supongo que no deliberada, fue la aparición de estos personajes que no están del todo vivos, pero tampoco del todo muertos, hay una conciencia de que no participar de esta vida es un castigo, y si no puedo creer en un más allá gozoso o de pena, esas “cuentas” han de pagarse en este plano, hay muerte pero no hay más allá… No me enrollo más en esta idea y te dejo para que tú navegues este planteamiento y veas qué te resuena.
Pero no me voy sin invitarte a mirar con alegría pascual al tiempo litúrgico que aún estamos atravesando (y ojalá nos atraviese él a nosotros…) ¡se nos ha empezado a cumplir la promesa de una vida eterna! ¡Del triunfo sobre todo dolor y todo mal! Recuerda, somos – uniendo los lemas de los pontificados de Benedicto XVI y del Papa Francisco – colaboradores de la Verdad, que nos mira y nos permite mirar a los demás con misericordia, anhelando el bien total, pascual, para todos.
Paulina Núñez