Queridos amigos, de nuevo os mando un saludo y con ganas de que llegase este mes de mayo donde tengo la nueva oportunidad de escribiros y contaros algo. Habitualmente en el mes de mayo suelo dedicar algo a María pero tampoco me gustaría caer en la rutina y en la repetición. Por ello voy a contaros una anécdota que me pasó hace un tiempo y de la que saqué una bella conclusión.
Extremadura, región de España en la que vivo, tenemos muchos productos típicos de gastronomía (os invito a que vengáis siempre que tengáis oportunidad.). Una vez entré en la panadería donde cada día compro el pan, y me fijé que en las estanterías habían traído un chocolate muy grande, grueso y tenía una pinta estupenda. Desde aquel día cada vez que entraba deseaba coger siquiera un trocito de esa barra que me parecía tan apetitosa.
¡Pero lo cierto es que era realmente caro!. Y no encontré lo más justo derrochar mucho dinero en tan solo un poco de chocolate. Pero cada día me resultaba más y más atrayente hasta que finalmente, un día decidí comprarlo. Me había imaginado cada mañana como sería aquel momento, y cuando finalmente pude probarlo, me llevé una enorme decepción: apenas me gustaba, el sabor me resultaba poco agradable en comparación con otras clases de este dulce. Y enseguida me arrepentí y pensé: ¡ojalá me devolviesen el dinero, no volveré a comprarlo!.
¿Dónde quiero llegar con esto amigos? En la vida tenemos muchos “chocolates”. Cosas que nos resultan realmente atrayentes y sobre las cuales pensamos día y noche. Soñamos con tenerlas y cuando realmente las tenemos resulta que no era para tanto. Entonces nos invade una especie de decepción, un vacío. Ese vacío es real, y una vocecita interior nos advierte de que ya hemos llegado a esa pequeña meta y sin embargo no nos sentimos felices, llenos.
Este es el resultado de todas las cosas cotidianas que nos alejan de Jesucristo. Esa fiesta deseada, ese puesto de trabajo que tanto ansías, esa cita que tanto esperas. Son tantas y tantas cosas las que nos pasamos la vida persiguiendo y luego resulta que no tuvimos suficiente. Jesús tiene la respuesta a eso, Él es quién realmente sabe llenar nuestro corazón; y no con pequeñas cosas; Jesús tiene lo más grande para nosotros. Pero para acoger eso, para acoger su propuesta en nuestra vida requiere de aceptación, de compromiso y de perseverancia. Él no te promete un camino sencillo, ni gustoso; te promete que estará contigo en cada momento y que cuando lleguemos a la meta, entonces sí que realmente nos sentiremos llenos.
Pues queridos amigos, pido por que no nos dejemos llevar por esas distracciones diarias, por esas “metitas” que nos ponemos y a las que queremos llegar; que aunque en algunas ocasiones se antojan necesarias (el trabajo por ejemplo) en otras ocasiones no hacen otra cosa si no alejarnos del verdadero camino de la felicidad, que es a través de Cristo. Me despido hasta el mes siguiente, ¡Feliz mayo de la mano de María!
Carlos G.M.