Dos mil años después, la Resurrección de Cristo sigue siendo, y lo será siempre, el gran acontecimiento histórico que da sentido a toda la presencia de los hombres sobre la tierra.
¡Resucitó!
María Magdalena es la primera gran anunciadora de la Verdad Eterna.
La mañana de Resurrección divide en dos la historia. La historia, el pasar de los hombres, de las generaciones, de los pueblos, de las civilizaciones y culturas, tiene sentido porque Cristo, esa mañana, Resucitó.
Destrozó la ilusión del hombre del “eterno retorno”; acabó para siempre -aunque quedan muchos que se obstinan en mantenerla viva- con la ilusión de que “Dios ha muerto”, y de que la vida se cierra, también para siempre, en el cementerio.
¡Resucitó!
Y en el silencio de aquella mañana, un clamor que durará hasta el fin del mundo; hasta que el mundo terreno sea injertado en la Eternidad, y comiencen “un cielo nuevo, una tierra nueva”.
¿Quién escucha ese clamor de Vida, de Eternidad?
Los escribas y fariseos pidieron a Pilato una guardia para cerrar a cal y canto el sepulcro. No bastó sellar la losa que cubría la entrada. Un cuerpo de soldados se encargó de vigilar el lugar para que nadie robara el cadáver. Quisieron dominar a Cristo y enterrarlo para siempre.
Ante el sepulcro vacío no se les ocurrió otra solución que mentir, y pagar a los soldados para que propagaran la mentira. Y en esto han tenido muchos discípulos: tantos hombres a lo largo de la historia han anhelado cantar y certificar la “muerte de Dios”, la “muerte de Cristo”.
En todos los rincones del mundo los cristianos estamos celebrando la Resurrección de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Muchos de nuestros conciudadanos han cerrado sus oídos para no oír el silencio de la Resurrección en el clamor de las campanas de las iglesias al entonar el sacerdote el Gloria en la Misa.
El silencio de la Resurrección lo escuchan los oídos de los “pobres de espíritu”, los seres humanos que tenemos “hambre y sed de Dios”.
Y, ¿qué nos dice el Señor Resucitado?
“He muerto por ti; resucita tú por Mí. No te des por vencido jamás en tu lucha por hacer el bien, por amarme, por amar a los demás.
He resucitado, he vencido la muerte y el pecado, por ti; muere tú ahora al pecado por Mí, y vencerás la muerte conmigo.
He muerto por amor a ti, resucita tú por amor a Mí, y dame la alegría de perdonarte tus pecados, de abrazarte, de acogerte en mi amor, como el padre del hijo pródigo.
He resucitado para decirte que te amo. Muere al pecado, y dime que me amas.
¡Tengo sed! Clamé en la Cruz pidiéndote una limosna de amor. Dime tú ahora, ¡tengo sed! Y Yo calmaré tu sed de amor, de vida eterna”.
La Resurrección de Cristo, Dios hecho hombre, es la luz que ilumina todas las tinieblas del mundo. El hombre se arranca a veces los ojos para no verla; para seguir caminando en la estrechez de miras a la que alcanza su pobre corazón. La Cruz ha sido la manifestación mayor de amor de Dios a los hombres. La resurrección es la Luz que hace posible que el hombre comprenda ese Amor.
La Resurrección de Cristo ha sido, y es, el acontecimiento, el único acontecimiento, que marca un antes y un después en la historia del mundo, en todo el vivir de los hombres sobre este pequeño planeta llamado Tierra. Cristo ha resucitado. El tiempo, el aguijón de la muerte ha sido asumido en la Eternidad del Resucitado. La Resurrección, además de esperanza, da al hombre la capacidad de ser creativo, de hacer germinar de la creación los mejores tesoros que el Creador ha sembrado en ella.
Y no sólo marca un antes y un después. No pocos pensadores consideran -y no les falta razón- que es la Resurrección el hecho que da sentido a todas las civilizaciones, a todas las historias de las luchas de los hombres, de sus grandes descubrimientos, de sus más azarosas batallas contra ellos mismos y contra todos los elementos más adversos que se haya podido encontrar. Y continuará dando sentido a todo lo que el hombre construya y destruya sobre la tierra, hasta el fin del mundo. Que el mundo tendrá fin, cuando el tiempo concluya su andar, y “la tierra nueva, el cielo nuevo” sea Eternidad.
Ninguna luz ha movido con más fuerza el caminar de los hombres a lo largo de los siglos. Ninguna luz ha influido con tanta fuerza en las culturas y en las civilizaciones que los hombres hemos establecido desde entonces.
La noticia de la Resurrección sigue, y seguirá siendo siempre, de actualidad. Y todos los “post-modernos”, los “post-cristianos”, los “post-humanos”, los “post-verdad” y los demás “post” -si esas palabras significan realmente algo-, se irán quedando solos, mudos, muertos, en las veredas de todos los caminos del mundo.
Jesús ha Muerto; Jesucristo ha Resucitado. Dios ha vivido la muerte del hombre y en el hombre, e invita al hombre a vivir la Vida de Dios, en Cristo Nuestro Señor, y a calmar su sed de Amor y de Vida en la mirada de Cristo Resucitado, metiendo su mano en las llagas de Cristo como Tomás apóstol, y repitiendo con él: “¡Señor mío, y Dios mío!”.
Ernesto Juliá Díaz