No sé tú, pero yo cada día veo el mundo luchando contra sí mismo con más fuerza, y, a la vez, más débil. Y lo noto en mí mismo, que me falta ese hambre por el mañana, y, cuando soy consciente de ello, me veo obligado a levantarme más rápido, a sonreír más alegremente y a darme ese deseo de vivir que tanto me cuesta captar de estímulos externos, aunque se nos vendan para eso. Y me esfuerzo por ello tratando de evitar la artificialidad y el autoengaño; verdaderamente, solo quiero ser feliz.
Y es que a veces la esperanza me abandona (y necesito escuchar ‘Repartiendo Arte’ o ‘Tiranosaurius Rex’ de Kase.O o ‘Erosión’ o ‘Remedios’ de Club del Río), y otras veces me golpea en el pecho de una manera que me levanta de la silla como si hubiera una chincheta boca arriba en el asiento. Realmente, solo me siento así de conmovido cuando más lo necesito, cuando ya no me queda nada a lo que aferrarme para pasar el día, y saco las fuerzas de no sé dónde, porque mías no son; Alguien me está haciendo un regalo.
La esperanza es un presente, pero también es una necesidad. Es una respuesta natural ante el sufrimiento y carga indispensable de la parte volitiva de la felicidad. La esperanza es una de las tres virtudes teologales – llamadas así porque son dones que el Señor nos concede para guiar nuestra inteligencia y voluntad hacia Él y hacia su infinito amor y hacia la felicidad –, las cuales son la fe, la esperanza y la caridad (1 Cor 13, 13).
Se dice que la esperanza es lo último que se pierde porque permanece, apagada o alumbrando, pero permanece a pesar de todos los males que asolan la realidad en la que vivimos, como permaneció en la caja de Pandora.
“Mientras hay vida, hay esperanza” (Ecl 9, 14-16) se decía, hasta que vino un Hombre que nos enseñó que, después de esta vida, también hay esperanza. Precisamente de ahí nace, de cómo la realidad se impone en el ejemplo de una persona que ama: Jesús, una madre, un amigo o la abuela. Mientras ellos esperen, mientras alguien espere, es que hay algo que esperar. Y esas personas pueden tener esperanza porque la esperanza existe para servir a los demás, no para servirse a uno mismo.
La esperanza no es un deseo sin cumplir que ve realizada su misión una vez cumplido, sino la posibilidad de desear. En cierto modo, la esperanza es casi inherente a la capacidad humana de abstracción, que puede vislumbrar más allá de lo que los sentidos le muestran.
Siempre podrá haber esperanza en el corazón humano, porque Dios es amor infinito: siempre más amor por descubrir.
Todos vivimos la falta de esperanza en algún momento, en carnes propias o ajenas, y, por desgracia, quizá solo podamos esperar que la desesperanza pase, pero pasará. Y, después de eso, quizá, la esperanza se fundamente en pilares más sólidos y duraderos cuando se vaya recomponiendo.
Puede alguien pensar que la esperanza nace del autoengaño, de la incapacidad de aceptar la realidad, y se convierte en refugio virtual para los ilusos o ignorantes. Esta virtud destinada a acrecentar la sabiduría se puede desviar hacia la ignorancia, pero eso no es sostenible; la verdad del mundo y de la vida se abrirán paso y lo que parecía esperanza se transformará en desesperanza y rendición.
Por eso no hay que confundir esperanza con expectativas: posibles circunstancias que podemos errar en dar por hechas.
Cuando la esperanza es una necesidad humana propia que aprendemos como un regalo de las personas que nos aman, las expectativas son circunstancias que se pueden cumplir o no y que nos pueden confundir en nuestros deseos.
Si te quiere hundir la desesperanza, espera que pase, no te rindas, no dejes de esperar; sé que es mucho más fácil de decir que de ejercitar, pero apóyate en alguien que sepas que no deja de esperar. Tu Padre del Cielo no deja de esperar, no deja de amarte; es en lo más hondo de tus esperanzas y deseos donde descansa tu silente conocimiento de Él (El profeta, Khalil Gibran) porque cuando crees que te asomas a la nada, Él está contigo.
Antonio V. D. Sierra Maestro-Lansac