Estos días estamos viendo muchísimos actos de solidaridad con Ucrania. Algunos gestos, a mi gusto, un poco vacíos de contenido, en plan #TodosSomosUcrania, manifestaciones tuiteras que se hacen desde el sofá, calentitos y con un iPhone en la mano.
Es una pena ver cómo un país se desangra por la vanidad de un hombre y la inacción del resto.
Y es una pena ver cómo, siempre a mi juicio, los políticos a los que pagamos sueldos millonarios se dedican a hacer gestos más o menos grandilocuentes para que nos creamos que somos fuertes ante el enemigo y, mientras, vemos morir Ucrania ante nuestros ojos.
En todo este caos de gente que va y viene, de políticos y políticas mediocres, de un Putin ensoberbecido y un Zelenski bravo y fuerte, se ha encendido una luz que brilla más que todas las bombas de estos días: personas que brillan con luz propia porque han elegido amar y han elegido la vida.
Gente anónima que a título personal está haciendo actos verdaderamente heroicos, como fletar autobuses, ir a la frontera con Polonia y trasladar a los que huyen de la guerra a sitios más seguros en los que vivir.
Una amiga y su marido, durante años han acogido a dos niñas ucranianas en verano y en Navidad. Ni cortos ni perezosos, se fueron a Varsovia a buscarlas a ellas y a su madre. Me contó al volver que no sabían el tiempo que iban a estar en España. El que fuera necesario. Familias destrozadas que se intentarán rehacer a miles de kilómetros de sus casas.
Y, asomando discretamente entre ellas, hay una luz que a mí me ha emocionado especialmente: a mi amigo Borja, enfermo del riñón hace años y con necesidad de un segundo trasplante, le regala su riñón Javier, su cuñado, sabiendo que él podría necesitarlo en algún momento; pero con la seguridad de que si no lo hace, Borja muere.
Esta luz que han encendido y que poco a poco va calentando los corazones de la gente es aquella de «vosotros sois la luz del mundo», la misma de: «tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa».
Es la luz de la Esperanza en un mundo desesperanzado, es la luz del que, viviendo en un mundo inmerso en la cultura de la muerte, sabe levantar la mirada al Cielo y apostar por la vida sin condiciones.
Actos heroicos llenos de amor en un mundo desnortado.
Tanto Javier como los que arriesgan sus vidas y sus ahorros por ayudar a los demás son la Luz del Mundo. Luz que han decidido colocar muy alto para que nos alumbre a todos en momentos de incertidumbre, de duda y de miedo.
Elena Abadía