Estás jugando con tu hermano pequeño o con tus primos. Ven un viejo juguete tuyo que divisan desde lejos como si fueran piratas gritando «¡tierra a la vista!» o el apóstol Santiago ante lo que parece ser el Fin de la Tierra. Se acercan con risueña ilusión a ese objeto que les parece un tesoro del pasado. Miras tu viejo juguete. Los miras a ellos. Vuelves a mirar el juguete. Sabes que, más que un juguete, es parte de tu infancia. Recuerdas escenas preciosas de tu niñez jugando, acompañado de tu hermana, de tus padres, de tu abuela… Y una pregunta interrumpe tu memoria: «¡¿Me lo regalas?!»
¡Qué bonito es dar lo que tienes, dar lo que sabes que es parte de ti! Lo mismo con tu propia vida, tu tiempo. ¡Hasta tu ser! Pero es algo que merece la pena descubrir por ti mismo. La generosidad, el espíritu de desprendimiento… no están de moda. Pero, ¿acaso lo han estado alguna vez? Siempre ha sido un don, así como un esfuerzo de mujeres y hombres que sabían que nada se posee hasta que se da.
Como dice Arnau Griso, «¡Regálate!», porque la vida es un regalo, y «gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente» (Mt 10, 8).