Se cumple ahora el 80 aniversario de la vuelta a España del Jesús de Medinaceli, tras diversos avatares sufridos durante la guerra civil que le hicieron salir de Madrid y posteriormente de España.
Esta talla, que llegó a Madrid en 1682 desde África, es muy venerada no sólo por los madrileños sino por mucha gente que viene de todos los rincones de España.
Un artículo de Alfa y Omega nos cuenta cómo los franciscanos lo escondieron para evitar que lo destrozaran cuando ocuparon el convento. Lo encontró un miliciano que lo puso a salvo. Acabó en un sótano arrumbado junto con otras obras de arte, en el Ministerio de Hacienda. De ahí fue trasladado a Valencia metido en un ataúd rodeado de cadáveres. De Valencia a Barcelona y de ahí a Ginebra junto con otras obras del Museo del Prado.
Uno de esos días en Ginebra, Manuel Arpe, uno de los restauradores del Prado, llegó a la Sociedad de Naciones una mañana, justo en el momento en que se desembalaba al Cristo de Medinaceli. «Fue muy emocionante para mí –escribiría Arpe–. Dejé caer la tiza que tenía en la mano para con ese pretexto poder poner una rodilla en tierra al llegar a su lado. Cerca de él había algunos expertos, que tocaban con la indiferencia de quien solamente observa y juzga un objeto más. En medio de aquel grupo, Jesús parecía tener más vida aún, estando en su actitud muda y digna. Cuando lo llevaron a Caifás sería exactamente lo que yo vi hoy. Lo estaban juzgando, ahora para el inventario, y su severa actitud empequeñecía a todos los que le rodeaban. Yo, a dos metros, contemplé la escena, que espeluznaba porque vi al Jesús con vida. La mirada serena y penetrante de aquel rostro ennegrecido hablaba en silencio: humildad, indiferencia al momento, poder».
Una historia preciosa que puedes leer completa en Alfa y Omega