Hoy quiero escribir sobre una cuestión que todos nos planteamos muchas veces a lo largo de la vida.
Aunque escriba este artículo, a pesar de mis propias vivencias, y a la hora de que vosotros lo leáis, a pesar de las vuestras, se nos quedará insuficiente para comprender la respuesta a esta pregunta.
No sólo quiero hablar de Dios, sino también, desde un punto de vista humano.
Todos intentamos huir del sufrimiento, evitarlo, pero es imposible, forma parte de nuestra naturaleza y es necesario, porque sólo a través del mismo aprendemos, nos sensibilizamos, comprendemos mejor a los demás, nos volvemos más humanos.
¿Por qué Dios lo permite? Siempre rezamos para pedirle todo lo que queremos, lo que creemos que necesitamos, pero tenemos tanto miedo al dolor que pretendemos recibirlo sin esfuerzo. Dios no nos va a ahorrar ninguna experiencia humana. Las situaciones difíciles se nos presentan, no sólo con el propósito de simplemente padecer, si no para fortalecer nuestras virtudes, para darnos cuenta de nuestras debilidades y de lo que necesitamos. En definitiva, para enseñarnos humildad y dejar nuestra arrogancia y soberbia a un lado.
Dios no nos quiere someter como algunos podrían pensar. La cuestión es que tendemos a creer que la felicidad es un estado natural que se nos niega injustamente. Sin embargo, la felicidad hay que aprenderla, porque paradójicamente, a pesar de que no nos gusta esforzarnos, es cuando logramos algo a través del trabajo duro cuando mejor nos sentimos. Por eso Dios nos enseña la felicidad, y no nos la da simplemente.
El propósito en esta vida es amar a los demás, y dada nuestra naturaleza egoísta, es necesario el sufrimiento para que, una vez que hayamos tocado fondo encerrándonos en nosotros mismos, lleguemos a comprender que es necesario salir de ahí para aliviarlo.
Muchos nos preguntamos cómo es posible aliviar el dolor dándonos a los demás. Respondería a esta pregunta con algo que es muy simple, pero que a la vez cuesta mucho ver. Es a través de nuestras heridas como podemos amar a los demás. El dolor nos marca, nos hace empatizar, y nos muestra cómo padecen también los demás y cómo podemos ayudarles.
Aunque suene extraño, en cierta manera el sufrimiento tiene un lado hermoso, por eso junto con el sacrificio, van los dos de la mano con el amor.
No tengáis miedo al dolor. Acogedlo cuando venga. Abrazad la Cruz, porque sólo hay dos maneras de llevarla; o la arrastras con resignación, que sería algo infructífero, o la abrazas, reconoces el bien que sale del mal, y Jesús la lleva contigo o, mejor dicho, te lleva a ti con Ella. Entonces es cuando todo cobra sentido.
Por tanto, ¿qué sentido tiene el sufrimiento? Pues diría que amar a los demás y ayudar a cada persona con sus heridas a través de las tuyas. ¿No es bonito?
Mai García