El movimiento feminista
En las últimas décadas, el movimiento feminista ha resultado en una de las máximas expresiones críticas al pensamiento político, social y económico. Su objetivo es claro: conseguir cambios sustanciales en el tema de equidad, tanto en el plano de políticas públicas como en el de la percepción de la mujer por sí misma. En pocas palabras, el feminismo lucha por la defensa de una vida plena para toda mujer.
Persiguiendo este propósito, múltiples manifestaciones se han movilizado en el mundo, evidenciando el hartazgo ante lo que se reclama como una generalización de la violencia hacia la mujer. El movimiento ha encontrado tanto hartazgo social (en el tema de violencia a la mujer) que ha logrado un alto potencial de organización para la movilización común, aún y cuando sus efectos no han sido siempre útiles.
El auge del movimiento feminista va en consonancia con las movilizaciones globales de España, Argentina, Brasil y Estados Unidos (por citar algunos ejemplos). Y, aun cuando existe una gran diferencia cultural entre estos países, se han encontrado puntos en común gracias a la difusión por redes sociales.
Pero, ¿es realmente la equidad de género el mayor problema global?
La defensa de la vida de toda mujer es totalmente válida, como lo es la defensa de todo ser humano.
Esto último no está en duda. Todo ser humano nace libre e igual en dignidad y derechos, y permanece reconocido como igual independientemente de su etnia, color, sexo, idioma, religión, opinión política o cualquier otra condición. Lo anterior ha sido manifestado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos promulgada por la ONU en 1948. Inclusive, en esta Declaración se menciona el derecho a la vida para todo individuo, independientemente de su grado de desarrollo.
Siendo esta una declaración universal, valdría la pena preguntarnos si los esfuerzos hechos por el movimiento feminista son equiparables a los que buscan combatir el hambre y la malnutrición que se han convertido en los primeros riesgos de salud a nivel mundial. Quizá deberíamos cuestionarnos, también, si la lucha por combatir la pobreza que representa a más de 780 millones de personas viviendo con menos de $1.90 dólares al día, ha sido suficiente. O, si el tema de salud ha sido tan profundamente abarcado, ya que más de 800 millones de personas no tienen acceso (en absoluto) a ningún recurso sanitario. Esto, sin olvidar el gran problema climático cuyos efectos parecen perseguirnos a todos, sin distinción.
Estas situaciones destacan entre los 10 mayores problemas globales. A la lista también se agregan las siguientes estadísticas:
- Los más de 20 conflictos bélicos actuales contemplan la participación de alrededor de 300 mil niños – soldado, según la UNICEF.
- Cerca de 1 billón de personas no conocen que es la electricidad, según el Banco Mundial.
- 780 millones de personas no tienen acceso a agua potable. (CDC – Centers for Disease Control and Prevention)
- Cerca de 800,000 niños menores de 5 años mueren por diarrea cada año. (CDC – Centers for Disease Control and Prevention)
- 72 millones de niños que no tienen acceso a ningún tipo de educación escolar y cerca de 759 millones de adultos se consideran no letrados. (org)
Esto sólo por mencionar algunos datos, cuando en realidad podríamos abarcar hojas y hojas citando todas problemáticas existentes. Lo destacable es que la mayoría son prevenibles en su totalidad. Podrían combatirse si y solo sí se prestara la suficiente atención a ellos. Claro, no de forma inmediata.
Ahora, imagínate grandes marchas globales con el único objetivo de exigir que ningún gobierno permita que un solo niño muera de hambre. Qué maravilla, ¿no?
Es por esto que debemos permanecer atentos ante las injusticias sociales existentes y tomar un papel activo que favorezca el desarrollo común. Para ello, no debemos sacar de la lista de prioridades aquellas necesidades existentes que también aquejan a nuestras ciudades, nuestros estados y nuestros países. No sólo un ideal de equidad hará del mundo uno justo. Perseguir el bien común es una labor amplia y perpetua.
Empecemos por nosotros, preguntémonos: ¿cómo puedo ayudar a mi vecino? ¿cómo puedo ser más efectivo en mi trabajo? ¿cómo puedo ser un mejor hijo? ¿cómo puedo ser una mejor esposa? ¿cómo puedo servir mejor a mi Iglesia? Cuando tengas la respuesta, actúa. No olvidemos que el camino a la Santidad (nuestro fin último) se construye en el servicio y el amor al prójimo, dejemos que esto sea nuestro legado en vida.
Oro por ti,
Myriam Ponce Flores