La juventud es un momento muy bueno para empezar a vivir nuestra misión en la vida. Que importante es pedir la gracia al Señor de saber qué quiere de nosotros. Es un momento en que no se tienen muchas responsabilidades, se desborda energía, ideas y todo este potencial y dones que cada uno lleva dentro ha de ponerse al servicio de la Verdad. Jesús mismo “toda su juventud fue una preciosa preparación en cada uno de sus momentos” (CV, 23). “El bautismo del Señor […] fue una consagración antes de comenzar la gran misión de su vida” (CV, 25). El Señor se preparó desde niño para Su misión. ¡Cuánto más nosotros!
Pero por poner nuestros talentos a trabajar y luchar por un ideal, Cristo, no significa que hemos de ser diferentes o raritos. Se trata de hacerlo con naturalidad. Sin forzar las cosas. Sabiendo que al final, todo depende de Él. Y será Él quien haga fructificar nuestras acciones. Nosotros tenemos que “atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social” (CV, 36) y añadiría yo, del amor de Cristo. Es decir de expresar con naturalidad y firmeza, con nuestra vida aquello en lo que creemos y vivimos.
Muchas veces costará, e inevitablemente nos van a tachar de raros o anticuados. No importa. También Jesús tuvo dificultades en su predicación, siendo el mismo Dios. Sin embargo, Jesús “[…] tuvo la valentía de enfrentarse a las autoridades religiosas y políticas de su tiempo; vivió la experiencia de sentirse incomprendido y descartado; sintió miedo del sufrimiento y conoció la fragilidad de la pasión; dirigió su mirada al futuro abandonándose en las manos del Padre y a la fuerza del Espíritu. En Jesús todos los jóvenes pueden reconocerse” (CV, 31).
Los jóvenes con la energía que les caracteriza pueden dar un nuevo impulso a la Iglesia y ayudarla. Darle dinamismo, entusiasmo, ideas… es bonito ver como cada etapa de la vida puede aportar cosas interesantísimas a la Iglesia, y siempre se puede aprender de cada una de estas: los niños con su inocencia, los jóvenes con su energía y dinamismo, y los mayores con esa sabiduría de años de existencia.
Es necesario que “la Iglesia no esté demasiado pendiente de sí misma sino que refleje sobretodo a Jesucristo” (CV, 39). Este es el punto importante. Todo esto se hace por Él. Para que un número mayor de personas viendo el ejemplo de la Iglesia reconozca que detrás está Cristo. Y tú, ¿cómo ayudas a la Iglesia?
Pablo Navarro