Hace unas semanas, estuve en el norte de España, peregrinando a Santiago. Lo hice acompañada de mis padres, mis hermanos y tres familias de amigos. Realizar el camino ha sido una experiencia muy gratificante.
El camino de Santiago se equipara mucho al camino de la vida. El ser humano es un caminante, un peregrino en el espacio y en el tiempo y para recorrer bien el camino, necesita darle sentido a su vida.
Cada día, hemos ido siguiendo las flechas amarillas para llegar a la meta y dar el abrazo al apóstol, con la esperanza de una abrazo similar al abrazo que Dios nos regalará cuando nos encontremos con Él, en el cielo.
Durante el camino, se producen encuentros con peregrinos de tantos lugares del mundo, con los que entablas una conversación sin conocerlos. Pero también se realiza un encuentro contigo mismo y con Dios. Son muchas horas caminando, en las que tienes tiempo para pensar en ti, en tu vida y dar sentido y plenitud a tu vivir diario.
A lo largo de los días, también aparecen dificultades y problemas que ponen a prueba nuestra fortaleza y la capacidad de convivencia. Recuerdo todavía, la 4ª etapa del camino. Amaneció un día nublado, pero el calor se iba intensificando a lo largo de la mañana. Tuvimos que hacer una parada técnica, ya que pinchamos una de las ruedas del carrito de mi hermana pequeña, que iba lesionada. En ese rato, pudimos comprar unos estupendos bocadillos de tortilla de patatas, que más tarde nos comimos en un magnífico parque natural de Ría Barosa. Después de comer, continuamos con el trayecto. Estábamos a tan solo 5 kilómetros de nuestro destino, pero el calor iba apretando, y poco a poco nos íbamos debilitando. En ese momento, sentía que me temblaban las piernas y me caía. No podía continuar el camino. No pasó un segundo cuando todo el mundo se ocupaba de mi y me ayudaban a recuperarme y seguir hasta nuestro destino.
Algunos de nuestros compañeros de peregrinación tienen limitaciones físicas, pero con la ayuda de otros, consiguen sobrellevarlas para llegar hasta el campo de estrellas. De igual forma todos necesitamos de la fe, que nos permite descubrir esa presencia amorosa de Dios en el camino de nuestra vida; actitud de esperanza, actitud de caridad, actitud de servicio y oración y de humildad para dejarnos ayudar cuando el camino se hace tan duro.
Llegó el último día y el cansancio se hacía presente en los más pequeños. Horas más tarde, ¡por fin llegamos a la Praza do Obradoiro!. Nos adentramos en la catedral, y tras una larga espera, la vista nos lleva al Altar Mayor, que rodeamos por el lado para dar el abrazo al apóstol Santiago. ¡Gracias Señor por ayudarme a llegar hasta aquí!
Mila Arévalo Álvarez