Es un poco desconcertante decir que se puede ser feliz por el hecho de estar afligido, triste. Es preferible no agobiarse por nada, no tener que llorar. Es preferible que nadie te tenga que consolar.
Hay dos tipos de aflicción, de tristeza. Una, la de Judas.
La tristeza de Judas es la de la persona que descubre la verdad pero no es generosa. Eso lleva a agobiarse. Por ese motivo, hay algunas personas que dejan de hacer la oración mental. Porque si la hacen, descubren lo que tienen que hacer. A esta tristeza, fruto de la desesperanza, del egoísmo, y que no tiene consuelo, no se refiere el Señor cuando dice: «Dichosos los que están tristes porque ellos serán consolados» (Mt 5,4).
San Pedro, después de traicionar al Señor, se encontró con la verdad y también se agobió. Pero como no era un egoísta y tenía un gran corazón, lloró, pero no de rabia, sino de dolor de amor. La tristeza de Pedro es la que puede llevar a la conversión, a cambiar la vida. Es una tristeza que anima, no es desesperanzada.