Dios es rico

Catequesis

En lo material

Nos dice san Pablo que Dios quiere que todos los hombres se salven (Segunda Lectura de la Misa: cfr. Tm 2, 1-8), todos: los ricos, los pobres y los de clase media. Los cristianos formamos parte de la Familia Divina; y el resto de los seres humanos también tienen como cabeza a Jesús, que es hombre como nosotros.

Los padres de cualquier familia quieren por igual a sus hijos, pero siempre tienen especial debilidad por alguno:  suele ser  el más débil o el enfermo.

Dios también se preocupa especialmente de los más necesitados, como hacen los padres de la tierra (cfr. Salmo Responsorial Sal 112, 1ss). Por eso se indigna cuando los poderosos tratan mal al indigente (cfr. Primera Lectura: Amós 8, 4-7).

Vemos como el Papa Francisco tiene también una especial sensibilidad por los pobres, por los inmigrantes, por los refugiados… No son palabras, siempre pasa a la acción. Si alguien te pregunta el por qué hace esto el Papa, le puedes responder que es el que representa a Jesús en la Tierra y el Señor era así, una persona que se desvivía por los más débiles.

San Pablo con bastante sinceridad nos dice que Dios es rico (2 Cor 8, 9: Aleluya de la Misa). Esta es la realidad tenemos un Padre que posee el universo entero, un solar inmenso, con cantidad de propiedades naturales y edificadas. De Él son, también, todos los animales y la fauna del mar. Posee una variedad de plantas de lo más diverso.

Dios ha creado las puestas de sol de Granada; es Dueño de los rascacielos de New York: la Estatua de la Libertad es suya.

Tenemos que agradecerle al Señor vivir en este tiempo tan maravilloso, donde nos podemos comunicar fácilmente con el rincón más lejano del planeta a través de internet. Hasta en los poblados más pobres del África tienen un teléfono móvil e incluso en muchos países de Europa existe la seguridad social.

Puede que hayas visto a una persona que duerme en la calle acercarse a un cajero automático para sacar dinero. Como dicen algunos estamos en la época mejor de la historia y casi con toda certeza dentro de un siglo se habrá erradicado el hambre en el mundo. Hemos de luchar para eso.

Es que Dios es rico y los cristianos han trabajado y seguimos trabajando para que no haya desigualdades sociales tan grandes. Pues todavía quedan bolsas de pobres en USA y barrios marginales en São Paulo.

En lo espiritual

Hay personas que carecen de riqueza material pero tienen una riqueza interior grande: son inteligentes, sensibles, amables. También Dios, además de ser rico materialmente hablando, posee un caudal espiritual desbordante. Es inmensamente feliz: maravillosamente  completo.

Tenemos la suerte de poseer un Padre así, y heredaremos todo lo de Él. Por eso los que están en el cielo poseen ya una calidad humana muy grande: son muy simpáticos, buscan agradarte desinteresadamente, y la alegría le sale por los poros. Todas esas cualidades las recibieron de Dios, y ahora son santos, con una perfección no atosigante sino  muy grata para los demás.

También a nosotros nos gustaría no carecer de nada, y se lo decimos a nuestro Señor con las siete peticiones del Padrenuestro, seguros que nos escucha… Es más, Él mismo Dios, nos sugiere esa oración, porque sabe que somos criaturas muy necesitadas, sobre todo en lo espiritual, porque en lo material acabamos buscándonos la vida.

Estamos muy necesitados en lo espiritual, por eso hemos de ser comprensivos con los demás: todos somos indigentes.

Ahora mismo estamos rodeados de personas que tienen defectos y algunos son desagradables. Cada día nos encontramos a personas poco inteligentes e incluso muy cortas; también hay quienes son unos pesados, verdaderos plastas que calcinan a los demás dando continuamente la brasa; también existen los que se están quejando continuamente: personalidades tóxicas; igualmente puede que nos topemos con los susceptibles a los que no se les puede decir nada porque se molestan…

También nosotros tenemos cantidad de defectos; hay que contar con que nadie se libra, ni siquiera los santos, que murieron con ellos.

Nuestro Señor se disgusta si no tratamos bien a las personas que tienen fallos. Lo cristiano es ser comprensivos y pacientes con los pecados de los demás. Uno no puede ser identificado por las limitaciones que tiene. Las madres saben todo lo nuestro pero nos valoran por el conjunto. Solo los extraños se fijan fundamentalmente en lo que fallamos, porque no nos quieren.

Incluso al enamorado una nube difumina los defectos de la novia, parece que no quiere darse cuenta; pero los defectos son innegables, en realidad es difícil que no lo vea, se observan pero la mirada va más a lo positivo del otro. Fijándonos en lo bueno, dandole vueltas a las virtudes de los demás, podremos hablar bien de ellos y callarnos cuando no podamos alabar.

Se hizo pobre para enriquecernos

Nos dice san Pablo que Dios, siendo rico, se hizo pobre por nuestro amor (2 Cor 8, 9). Es capaz de prescindir de lo suyo con tal de que nosotros tengamos mejor calidad de vida.

Al Señor le desagradan los egoístas, personas que en vez de servirse del dinero sirven al dinero, como si fuese su señor (cfr. Evangelio de la Misa: Lc 16, 13). El mismo Jesús se ha desvivido por ellos y no han aprendido la lección: el darse, enriquecer a otros con lo que poseemos.

Al Señor le desagrada los que tienen cualidades naturales y las utilizan para su ego: sirven a su imagen, le dan culto y adoración en cualquier espejo; sirven a su inteligencia: haciendo del estudio una esclavitud donde no entra Dios.

Quizá la riqueza mayor que tenemos en esta vida es el tiempo. Como se ha dicho tantas veces hay tiempo para todo. Tiempo para trabajar, para ir al gimnasio, tiempo para divertirse, tiempo para dormir, para ver series… Quizá para hacer lo que nos gusta siempre lo encontramos, para eso no hay problema.

Nuestra riqueza en tiempo hemos de gastarla en los demás: ojalá empleáramos el diez por ciento de este tesoro para los otros. Nuestro primer prójimo es Dios: hemos de proponernos tener tiempo para Él. Ahora nos preguntamos: ¿de las veinticuatro horas del día, cuántas la empleamos en Dios? No podemos entregarle la calderilla que nos sobra: unas cuantas oraciones medio dormidos por la noche, cuando ya estamos cansados.

No es muy educado dedicar el peor tiempo a las personas que más queremos. Que menos si de las veinticuatro horas, una la dediquemos a asistir a la Eucaristía y a la oración mental. Algún santo moderno iba por las calles de Madrid rezando el rosario. Quizá también nosotros podemos contemplar la vida de Jesús con los ojos de Maria, yendo por la calle rezando el rosario con un pinganillo.

Un propósito: intentar ayudar a los demás con nuestros talentos. El que cante bien, que lo haga para hacer feliz a los que le rodean sin creerse un divo; el que tiene dinero, que sea generoso en las necesidades de los otros; el jubilado, que emplee su tiempo en servir gratis; el sacerdote, que se ponga en el confesonario; el casado, que manifieste su alegría y delicadeza, sobre todo en casa.

Así podemos hacer de este mundo un lugar donde los pobres nos volveremos ricos, con la generosidad de los demás. Y los que tengamos algo bueno vayamos entregándolo: amar es regalar. Una sonrisa, una alabanza, la palabra simpática, un pequeño favor, serán como un perfume que vamos dejando a nuestro paso. Igual que la Madre de Dios que, al irse de un sitio, la gente pensaría: ¿qué tendrá esta Mujer?

Antonio Balsera