Si eres universitario te interesa esta carta escrita y publicada por nuestra amiga Lucía M. Alcalde en su blog #MakeLoveHappen:
Querido universitario,
Seguramente has empezado el curso hace pocas semanas, puede que incluso sea tu primer año y recorres los pasillos de la facultad con tu cara de nuevo, con libros en las manos, y en la mirada y en el pecho emociones, sueños, proyectos y un futuro por estrenar.
Te veo y me invade una cierta nostalgia. Un 22 de septiembre de 2008 yo era la que, con mi cara de nueva y mi camisa más elegante, recorría el campus comiéndomelo con los ojos, intentando absorber cada experiencia inédita y recordar cada nuevo nombre de las personas maravillosas que iba conociendo —¡sin sospechar lo importantes que serían para mí pasados los años!— y apuntando lo que nos decían los profesores en esa primera jornada de bienvenida. Que la universidad podía ser un chaparrón, que te moja pero te secas enseguida, o un chirimiri, una lluvia lenta que va calando, calando… que te llega a los huesos, hasta formar parte de ti.
Hace diez años de aquel día. Desde el primer momento intenté poner en práctica dos consejos que me habían dado personas sabias antes de empezar la carrera:
- «Tu vida universitaria es mucho más que ir a clases. Tu expediente académico y lo que aprendas en las aulas es solo un porcentaje —puede que no el más grande— de lo que te llevarás de la universidad. Involúcrate en diferentes actividades, conoce gente de distintas carreras, habla con los profesores, aprende de los demás…» (el poeta José Manuel Gutiérrez)
- «Déjate liar en cosas que valgan la pena» (el escritor José Ramón Ayllón)
Con seis años de doble licenciatura por delante, pensé que tenía mucho tiempo para estas dos líneas de acción así que llegué con la idea de tomarme con calma el primer año. No pudo ser. Acabé apuntada a teatro, al taller de escritura creativa, participé en el concierto de Santa Cecilia, asistía a las actividades de un club universitario, hacía voluntariado… un no parar. Y eso fue solo el comienzo.
Querido universitario: sé abierto, no te encierres en tus cosas —tus estudios, tus apuntes, tu piso, tu pequeño grupo de amigos—. Ve más allá. Tiene premio, te lo aseguro. Ser universitario es no parar de aprender y para no parar de aprender hay que cultivar la admiración, el asombro. Y para eso se necesitan los ojos y el corazón abiertos. Seguir esos dos grandes consejos me llevó a implicarme en proyectos apasionantes: Arguments, los seminarios de La Buena Vida con mi amigo Jon, las celebraciones del día de la poesía, publicar una novela, el voluntariado en el Bronx… Experiencias vitales que fueron marcando mi vida universitaria. Experiencias vitales que me llevaron a conocer a personas maravillosas que, a su vez, me presentaron a otros seres increíbles —entre ellos, mi amante—.
Pierde el tiempo. Pero piérdelo bien. No en horas frente a una pantalla, sino hablando con tus compañeros de piso cualquier día hasta las tres de la madrugada, con el conserje de la facultad que te cuenta su emocionante historia, con el señor mayor que está sentado solo en el parque y que ves todos los días de vuelta de la uni, con la amiga que necesita un salvavidas justo el día antes de uno de tus exámenes finales. Aprende el arte de no llegar a todo.
Querido universitario: disfruta de tu carrera. Disfrutar no quiere decir que no te cueste estudiar, que no haya asignaturas peñazo o profes más rollo. Aunque ojalá tengas unos profesores como los que yo tuve. Profesores que se preocupan por ti como si fueras de su familia, profesores que no son solo eruditos sino que son maestros, a quienes puedes acudir para una duda de un examen o una pregunta existencial.
Lee. Porque, como dice Álvaro González Alorda: «Cada vez que una universidad gradúa a un universitario que no lee se hace cómplice de un fraude: el de producir meros técnicos sin la hondura humana para comprender —ni contribuir a resolver— la enorme diversidad de retos que plantea el mundo de hoy».
Querido universitario: esos veranos de casi tres meses y medio puede que no vuelvan hasta que te jubiles. ¡Haz cosas grandes con ese tiempo!
Comprométete… si te atreves. El curso pasado, mis alumnitos de prácticas tenían que escribir un hipotético discurso de graduación —entonces estaban aún en primero—. La mayoría hacía referencia a “cómo hemos cambiado”, “ya somos adultos”, “qué mayores somos”, “somos maduros”… En ese momento les dije que no se engañaran, que en cuatro años uno no daba un giro de 180 grados. A la semana siguiente rectifiqué: Sí, la gente da esos giros en cuatro años, incluso en menos. Lo he visto. Es más: creo que los años universitarios son una época en la que esto puede ocurrir de manera más intensa y especial. Y más que de un giro yo hablaría de un crecimiento. Pero, eso sí, les puntualicé que la gente no madura sola. Que lo único que madura con el mero paso del tiempo son las frutas. La madurez se conquista. Y currarnos nuestra capacidad de compromiso, de amar, de mirar por los demás, de reconocer los errores —y aprender de ellos—… eso es lo que nos hace crecer. Pero para eso hay que arremangarse. No se consigue solo y no se consigue sin esfuerzo. «Tu vida vale lo que valen tus compromisos», decía el periodista Miguel Gil —y a él, su compromiso le costó la vida—.
Querido universitario: ver tu cara de nuevo me produce nostalgia. Pero enseguida se me pasa. Porque tengo la suerte de llevar diez años en la que es mi segunda casa. Y cada vez que comienza el curso vivo a través de vuestras sonrisas nerviosas y emocionadas mi primer día. Y se me pasa la melancolía rápido porque, en el fondo, sigo siendo universitaria. Me lo dijo un alumno de primero un día que me vio leyendo en las escaleras de la facultad. Uno de los piropos más bonitos que he recibido nunca.
Porque ser universitario es una actitud. Y después de seis años de carrera y cuatro trabajando en mi alma mater, no he parado de dejarme liar, he aprendido a “perder el tiempo”, no he leído tanto como me habría gustado ni he escrito todas las historias que habría querido, pero he vivido muchos muchos muchos momentos apasionantes con muchas personas distintas, llevo en mi mochila horas y horas de conversaciones que son un tesoro, podía haber aprovechado más mis veranos —creo yo—, he disfrutado mucho de la carrera —incluso con sus crisis y sus temporadas largas de poco dormir—, hasta echo de menos los exámenes, tengo amigos de todas las facultades y sigo conociendo a gente nueva cada curso. Aún me queda mucho por aprender, por leer y por amar. Pero, mientras siga siendo universitaria, estoy a tiempo.
Lucía M. Alcalde