El pasado 10 de agosto, un joven católico polaco de tan sólo 15 años se postró ante una protesta por los derechos LGBT en la ciudad de Plock, Polonia. El autodenominado “tradicionalista, conservador y patriótico”, se inspiró en el padre Skorupko, quien fuera capellán del ejército polaco y realizara un acto similar al sostener una cruz frente a una carga enemiga en los años 1920’s.
Jakub Baryla, el valiente joven, preocupado por las consecuencias sociales que pudo presentar tal acto, contempló no hacerlo. Pero, al ver ciertas acciones blasfemas por parte de algunos protestantes, decidió tomar una cruz de la Iglesia más cercana y sostenerla frente a la protesta. Ante el regaño de los policías que protegían la ola caminante, el joven defendió sus actos explicando que en la marcha se había ofendido su fe católica y se había profanado la bandera polaca.
“No pensé en el miedo. Estaba concentrado en la cruz que sostenía. Soy católico, así que me concentré en Dios”, agregó Baryla.
La noticia no tardó en volverse popular en las redes sociales, tanto así que el joven ya ha sido considerado como un “héroe” entre la comunidad católica.
El relativismo
El relativismo, por definición, consiste en postular que la verdad de todo conocimiento o principio moral depende de las condiciones o circunstancias de la situación. Es decir, como las condiciones y circunstancias siempre son cambiantes, ningún postulado moral o conocimiento es objetivo o universal. Es decir, según el relativismo, nada es verdadero.
Imagina esto: vas por la calle y encuentras un papel brilloso tirado, lo recoges y lo colocas en el recipiente para la basura. Luego llega otra persona, lo saca y lo tira al suelo de nuevo, considerando que “ahí se ve mejor” porque refleja la luz del sol y brilla adornando el sendero.
El que brille no elimina el hecho de que sea un aparente desecho y deba estar en el contenedor correspondiente, pero como el segundo sujeto dice que debe permanecer en el suelo la discusión podría continuar, aunque al final los dos estarían en lo “correcto”. Entonces, ¿todos los papeles brillosos deberían estar en el suelo?
Según el relativismo, el problema dependería de quien lo decidiera y bajo qué circunstancias. Es decir, esta doctrina considera que todas las opiniones morales gozan del mismo nivel de validez, sin importar que algunas sean contrarias entre sí.
Este es un ejemplo bastante burdo, pero ahora imagina hablar sobre el aborto, la eutanasia, el asesinato en general, el robo, etc… desde un punto de vista en el que las circunstancias del incriminado justifiquen y evadan las consecuencias del acto.
El Papa Benedicto XVI, aun siendo cardenal, preocupado en este tema, mencionó: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias”. ¡Cuánta razón tenía!
El relativismo, que impera en muchas ideologías actuales, impide por completo la posibilidad de diálogo para alcanzar una verdad común sobre la que pueda construirse una sana convivencia humana; se enfoca plenamente en el poder y el placer para regir a la sociedad, lo que, lamentablemente, siempre termina por dañar al más débil.
El relativismo tiende a vender una idea de tolerancia, pero generalmente solo da más valor a quienes se busca volver más “fuertes”, aun cuando esto pueda destruir las verdades comunes.
El verdadero reto
Un enorme desafío para la cristiandad actual es evitar dejarnos arrastrar por la ola relativista y aceptar la Verdad que en Cristo nos ha sido revelada. Una verdad única y salvífica. Para esto, el Papa Benedicto XVI propone dos antídotos:
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Ampliar los límites de la razón. El relativismo, casi siempre, mira en el espejo de la propia vanidad y los propios intereses. Por su parte, basta investigar sólo un poco para corroborar que la ética universal, producto de largas transformaciones sociales, se fija primero en el otro y sus necesidades.
Es un hecho que somos seres sociales y requerimos de los demás para desarrollarnos y subsistir. El relativismo, como crisis en la verdad, nos aleja de esta vida en sociedad y nos ciega a ver más allá de lo que nosotros pensamos querer. La buena noticia es que: sí, existe la verdad y a través de la luz de la razón podemos encontrarla.
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Practicar la caridad. Este antídoto complementa al anterior y se fundamenta en esa necesidad de conectarnos con el otro y considerar que, en el mundo, no estamos solos. Siendo más caritativos podremos contemplar el bien mayor como un profundo anhelo.
Los verdaderos héroes del siglo XXI son aquellos que logran descubrir la verdad más fundamental en Cristo y superan la crisis relativista que nos aqueja y que, por años, ha masacrado el concepto de dignidad humana. Los verdaderos héroes son aquellos que reconocen cuáles son sus principios y los practican, no en grados o excepciones, sino como parte de una referencia de valores profundamente establecida en nuestra confirmación Católica Cristiana.
La clave está en luchar contra una corriente que pareciera arrastrarnos cada día con mayor facilidad. Baryla lo logró, a pesar de la presión social constante, él se levantó para defender sus principios y los de la Fe que valientemente practica. Él, sin lugar a dudas, nos ha dado ejemplo de un heroísmo moderno, cuyo fundamento pareciera luchar contra un enemigo ideológico que cada vez toma más fuerza.
Los héroes del siglo XXI, como Baryla, nos demuestran el verdadero valor de nuestra estancia en la Tierra y nos recuerdan la misión que todos tenemos. Sabemos que nuestro paso es un instante, pero lo que realmente está en juego es la eternidad.
No permitamos que el miedo nos paralice, concentrémonos en Dios, en su profunda Verdad y en su profundo Amor.
El verdadero acto heroico es haber sido lo suficientemente buenos aceptando la voluntad de Dios en nuestra vida y reconociendo que en esta voluntad se contempla el amor al prójimo.
La verdadera recompensa será que un día podamos ver a Jesús a los ojos y saber que pasaremos la eternidad a Su lado.
Myriam Ponce