Hola, mi nombre es Borja. Soy sacerdote desde hace mas de dos años. Tengo veintisiete años. Llevo prácticamente dos años en tres pueblos de la zona costera de Bizkaia. Tengo que reconocer que estoy algo oxidado en cuanto lo de escribir o contar mi testimonio. En el seminario era algo muy común pero hace ya un tiempo que no me pongo a ello.
Así que voy a aprovechar para escribir la segunda parte de la peli; la que se está rodando en estos momentos. Lo que voy descubriendo poco a poco.
Es un salto enorme salir del seminario y entrar en la vida de las parroquias. Hay cosas que son imposibles de aprender antes de vivirlas. Cada vez tengo más claro que mi vida de cura es un continuo contraste entre mis limitaciones, que son muchas, y el don de Dios que se regala cada día.
Es increíble cómo el Espíritu Santo va soplando por donde le da la gana. Es una gozada poder saborearlo en tantas cosas pequeñas que cada día se presentan sin avisar. Le suelo pedir a Dios en la oración que nunca me acostumbre a su presencia y al asombro de cómo Él va haciendo las cosas.
Una de las tareas que ahora tengo es ir a un hospital a visitar, rezar, llevar la comunión, celebrar la unción,… es un sitio muy especial. Y por lo tanto, una labor muy especial. Es uno de esos lugares donde se siente que Dios está acompañándonos continuamente, al mismo tiempo que es uno de los espacios donde más sufrimiento puedo encontrar. No hace mucho administré una unción a una persona que ya estaba muy débil, le he dejado una cruz pequeña para que la sostuviera mientras recibía el sacramento y la ha cogido con fuerza y le ha dado un beso. Puede ser una escena normal o un gesto sin importancia pero esta mujer apenas recordaba a sus seres queridos que la acompañaban. Y sin embargo, se ha acordado de besar la cruz. Hace unos días hablaba sobre el amor de Dios con un señor que se había quedado con medio cuerpo paralizado, ya podía incorporarse y aún hacia grandes esfuerzos para dejarse entender ¡menuda lección me dio! Hace poco un hombre se emocionaba cuando se enteró de que en su parroquia estaban rezando por él.
Sé que pueden parecer minucias, pero voy descubriendo que Dios habla de esta manera. Cuando habla consuela, da fuerzas, llena el corazón de paz, nos ayuda a alegrarnos en la humildad, nos invade la esperanza y podemos descansar.
En las parroquias también voy descubriendo todo esto: La fe con la que la gente vive la Eucaristía, el cariño que tienen a la parroquia, el compromiso de las personas voluntarias en los proyectos de caridad, ver que la parroquia es un lugar de unidad, la ayuda y el consejo de los sacerdotes mayores, …a veces reconozco que lo único que debo hacer es no molestar demasiado.
Tengo claro que la vocación es un don. Sé que Dios es el que llama, aún así, a veces, se me olvida y tiro del voluntarismo absurdo y ahí es cuando gracias Dios, nunca mejor dicho, el Espíritu Santo hace de las suyas. Ojalá nunca me acostumbre a dar gracias por lo pequeño, por esos destellos de amor y esperanza que llenan tanto a los sencillos. Ojalá ese pueda ser siempre el camino de mi ministerio: siempre volviendo a Galilea. Allí está Él.
Unidos en la oración,
Borja