Mi nombre es Teresa Luque Romero y, hasta este verano, he sido miembro del grupo Misioneras del Colegio Mater Salvatoris. Este grupo, al que pertenezco desde que tengo dieciséis años (ahora tengo veintitrés), es uno de los apostolados que tiene la Congregación Mariana Mater Salvatoris. Como apostolado de la Congregación, nuestra finalidad es ser las “manos visibles de María en la tierra”. Una vez al mes acudimos a centros de discapacitados, residencias y casas cuna para poder llevar al Señor y a la Virgen a las personas con las que nos encontremos. En verano llevamos a cabo lo que llamamos “misión larga” y es que, durante la primera quincena del mes de julio, acudimos a algún lugar de España a hacer misión. Normalmente, esta misión es de carácter rural y consiste en que nos establecemos en una zona de pueblos y, en colaboración con la parroquia de esos lugares, organizamos distintas actividades para las personas que viven allí: catequesis y juegos para los niños, charlas con los jóvenes, acudimos a las casas para ver si las personas mayores necesitan ayuda o simplemente compañía… Y por las noches, cada día, organizamos algo distinto: un rosario por las calles del pueblo, una feria, un cine de verano… En todas estas actividades siempre tenemos muy presente que no somos voluntarias como tal si no que somos misioneras y la finalidad de todo lo que hacemos es que las personas con las que nos encontramos se encuentren a su vez con Jesucristo.
Este año, el grupo ha crecido considerablemente y debido a ello hemos tenido que dividir en dos la misión. Por un lado, las misioneras más pequeñas de edad, con algunas de las jefas, fueron a hacer misión rural a diferentes pueblos de Galicia. Por otro lado, las más mayores, con el resto de las jefas, fuimos a Santiago de Compostela a hacer lo que llamamos como “acogida de peregrinos”. Esta misión tuvo como finalidad acoger espiritualmente a los peregrinos que, después de varios días o incluso meses, llegan al final del camino, a Santiago, y probablemente muchos no sepan qué “pasos seguir dando” en lo que respecta a su vida de fe a partir de ese momento en su día a día.
Hay muchas personas que hacen el camino movidos por la fe, pero también hay muchas otras que lo hacen por motivos culturales o simplemente porque les gusta el senderismo y disfrutar de la naturaleza, pero como me dijo un peregrino francés que había recorrido nada más y nada menos que 2.400 kilómetros ( 58 días por Francia y 23 días por España andando) “seas creyente o no seas creyente, si haces el camino de Santiago, siempre vas a encontrarte a lo largo del recorrido con el Señor, le reconocerás en mayor o menor medida pero, sea como sea, de un modo o de otro, notarás en algún momento su presencia”.
Estábamos localizadas, en la parroquia de San Fructuoso gracias a la ayuda de Don Ricardo, el párroco de esa iglesia que, para nuestra alegría, está literalmente al lado de la Catedral. Las actividades que planteábamos eran de diversa índole: en primer lugar, ofrecíamos una explicación sobre el arte de la Catedral y la iglesia de San Fructuoso pero siempre desde un punto de vista espiritual, centrándonos en qué habían querido los arquitectos transmitir sobre Dios cuando las construyeron. También organizábamos diariamente un rosario internacional en el que los peregrinos de distintas nacionalidades podían rezar a la Virgen en su propio idioma, después ofrecíamos la Santa Misa en español (y era sorprendente la cantidad de gente que, sin saber español, acudía todos los días) y finalmente, por la noche, hacíamos lo que llamamos “hora de evangelización” que es una hora Santa en la cual se dejan las puertas abiertas y el Santísimo expuesto y las misioneras vamos saliendo de dos en dos por las calles a decirles a las personas con las que nos encontremos que si quieren visitar al Señor, Él les está esperando con los brazos abiertos.
Son innumerables las historias que podríamos contar sobre los peregrinos con los que nos encontramos aquellos días, muchos de ellos hacían el camino por placer, pero la mayoría lo hacían, para nuestra sorpresa, porque intentaban buscar el sentido de sus vidas. Personas que nunca se habían planteado acercarse a Dios, habían descubierto la presencia del Señor a lo largo del camino. Vivimos auténticas conversiones. En primera persona pude presenciar cómo un chico americano protestante con el que hablamos dos misioneras y yo durante bastante tiempo y que tenía numerosas dudas sobre el catolicismo acabó pidiéndonos que encontráramos un sacerdote para poder confesarse. Como en ese momento nuestro párroco no estaba, nos sentimos algo frustradas al tener que decirle que le llamaríamos cuando consiguiéramos a uno y, en ese mismo instante, otra misionera apareció con un sacerdote americano con el que había estado hablando y nuestro amigo pudo confesarse.
Finalmente, las noventa misioneras que formábamos el grupo entero, tanto las que estaban en los pueblos como las que estábamos en Santiago, hicimos el camino juntas durante cinco días para poder experimentar nosotras mismas lo que conlleva ser peregrinas.