Ayer publicábamos la carta de su novio Javier y, como dijimos, hoy le toca a ella.
¡Hola!
Mi nombre es María, tengo 21 años y soy de Logroño (La Rioja).
Cuando Javier me propuso contar mi testimonio, me pareció una gran idea porque me encanta leer y ver testimonios de otros. Creo que es una muy buena herramienta con la que Dios alienta e inspira.
Para entender mejor nuestra historia, me remontaré a hace unos años, cuando aún no había conocido a Javier.
En 2015 experimenté mi propia conversión, y desde entonces, mi vida dio un giro de 180°. Dios era mi vida, mi centro, mi corazón y mi sangre, a todo el mundo le hablaba de Él, todo en mi vida giraba en torno a Él, todo había cambiado y, por tanto, en el amor, no iba a ser distinto.
El amor que sentía hacia Dios era tan grande que incluso tuve dudas de vocación que tardaron en ser resueltas. Pero todo llega. Dios, en su absoluta bondad, te va guiando, susurrando y señalando el camino. Tu corazón se encarga del resto, pues uno es consciente de dónde le pide estar.
Un punto clave fue un retiro al que asistí donde una de las jóvenes monjas me dijo: «escríbele una carta a Dios pidiendo por tu novio, aunque Dios no te lo dé ahora, e incluso tarde años, ora por él y pide lo que tu corazón anhela». Y así lo hice. Con el gran requisito de que fuera católico y amara a Dios por encima de todo. Y un año después, sin esperar absolutamente nada, llegó. (Por cierto, esa carta que permanece bajo llave será entregada al susodicho en el momento adecuado jaja).
No voy a decir que no hubo miedo al principio, porque hubo mucho, recé más rosarios diarios que en toda mi vida, María fue una gran aliada. Los dos estábamos en una nube de color rosa, todo encajó de tal manera… nuestra personalidad, nuestro modo de vida, nuestro humor… y el miedo que teníamos de que eso terminara.
Yo, por mi parte, tuve y tengo que seguir lidiando con miedos e inseguridades internas, aunque creo que todos padecemos de algo de eso siempre. Pero, con el tiempo, ese miedo a que saliera mal -que era el mismo que me bloqueaba- pasó a dejarme espacio para volar y poder amar al otro con todo mi corazón. Decidí entregarme, amar hasta que doliese y si dolía, amar más (Teresa de Calcuta me inspiró muchísimo).
Decidí confiar en Dios. Si tiene que ser Javier, lo será.Decidí aceptar mi vida como una misión y mi noviazgo con Javier, por tanto, también. Quiero amar hasta el final para que, si un día Dios me pregunta, pueda decir que amé en esta vida, he amado mucho y de la mejor forma que sé.
El amor es también una escuela donde se aprende y donde evolucionas. Ahora, yo no quiero a Javier de la misma forma que al principio. La unión que se va forjando con el tiempo y con las experiencias, es mágica. Y de aquí a un año, estoy segura de que no lo querré igual. Es aquí donde cobra mucho más sentido la castidad. No es lógico darte por completo cuando el noviazgo es la etapa donde os construís, donde os conocéis, donde os curáis. Una relación tiene sus etapas y todas son necesarias. Aunque, el demonio también vaya a meterse en este tema, casi seguro.
Pero si creéis que es fácil, no lo es. En el amor estás poniendo tu corazón en las manos del otro, estás confiando en esas manos y, no olvidemos que, esas manos, son humanas. Pero, también voy a confesar algo: pedí a Dios un amor de verdad y ese solo se consigue donándose y pasando por todo aquello que Dios vaya poniendo en el camino. No, no es fácil, pero amar merece la pena hasta el máximo.
María