Un cristiano oriental aconsejaba empezar la oración del Señor, el Padrenuestro, por las últimas palabras y terminar con las del inicio, de lo peor a lo mejor. Esto podríamos hacer también nosotros. Recorrer el camino al revés de lo que se hace al rezar: desde la petición «líbranos del mal» hasta que lleguemos a llamar a Dios con el título de Padre.