Una de las bendiciones que más agradecemos es el sacerdote que celebra la Misa de las 20.30 del domingo de la parroquia. Especialmente por sus homilías, no por cortas, sino por amenas, claras como el agua, muchas veces divertidas, y que causan efectos similares a los de un buen gancho recibido en pleno cuadrilátero. Uno sale de la iglesia pensativo y no aburrido, lo cual es saludado con entusiasmo por la feligresía, que se libra de, como se dice, un señor tostón.
La del domingo fue, como muchas veces, una homilía arriesgada. A raíz de la frase del evangelio «no sabéis lo que decís» (Lc 9, 51-62), lanzada por Dios Hijo a Santiago y Juan de Zebedeo, el cura hiló con la virtud de la humildad.
Y lo hizo de la siguiente manera (sin ser palabras textuales): no siempre, nosotros, criaturas, simples mortales, sabemos todo sobre todo, aunque ya nos gustaría y haya quien realmente se lo crea. Ergo, tiene razón Dios cuando nos dice que no somos conscientes de lo que decimos, muchas veces.
Lo ilustró con una anécdota más elocuente que el razonamiento. Un sacerdote amigo le contaba que una vez, predicando, terminó hablando del aborto, algo que no estaba en el guión. Pero al final dijo unas palabras sobre el tema. Inmediatamente, cuatro (¡cuatro!) fieles se levantaron del banco y se fueron de la iglesia.
«Quizá si hablo del aborto no os levantéis y os vayáis de aquí», dijo mi admirado cura, «pero, ¿y si ahora predico sobre la doctrina de la Iglesia sobre el Orgullo Gay? ¿Algunos os iríais, o no?». Hubo muchas risas, porque en mi parroquia somos todos muy buena gente, pero también gestos de incomodidad y alguna cara torcida.
Concluyó el buen sacerdote animando a fiarse de Dios y de la Iglesia. Varias veces. «Fiarse de Dios y de la Iglesia». No es nada fácil, amigos, sino todo un reto. Porque el idiota soberbio que todos llevamos dentro se encabrita y da la vuelta a la frase ‘la fe es razonable’, transformándola en ‘la razón es fiable’, con la coletilla final: «qué sabrá la Iglesia sobre este tema, no sabe nada». Valor, y apostemos por la humildad. Pese a que cueste poner por delante el criterio de alguien que no sea ‘yo’.