En esta Solemnidad del Corpus Christi, nuestra Iglesia de Zamora espera con alegría el próximo 29 de junio en que celebraremos el regalo de un nuevo sacerdote para nuestra diócesis, Millán Núñez. Por eso me he permitido la licencia de tergiversar el Evangelio según san Juan para hablar de la vocación al sacerdocio hoy, de la actualidad e importancia de atreverse a decir sí a la llamada vocacional.
Puede que se espere en estas líneas una alocución sobre la urgencia de nuevos sacerdotes o la emergencia vocacional de nuestras diócesis despobladas; pero no va a ser esa la línea de esta columna, porque el sacerdocio no es un trabajo y por tanto no se mide por utilidad o necesidades prácticas, el sacerdocio es una apuesta de vida, una opción de amor, un salto al vacío como todas las decisiones en las que se pone en juego todo lo que uno es.
La vocación es algo tan personal que se enraíza en la humanidad de los futuros sacerdotes,
también en su contexto social Por eso el seminarista, el cura del siglo XXI, usa las redes
sociales, sale con sus amigos, es pelín individualista y tiene unas altas expectativas sobre lo que la vida le va a dar de sí; porque somos (y serán) jóvenes de hoy, con las ventajas y
desventajas de nuestro tiempo, y esto será, precisamente, lo que nos capacite para poder
llorar y reír con los hombres y mujeres de hoy.
El Señor no llama a los perfectos, a los que nacen con cara de “curita” o a los que jamás han roto un plato o dudado de su fe, sino que llama a los que Él quiere, a hombres normales con más o menos aspecto de cura, pero con un corazón capaz de dejarse transformar por Dios. Jóvenes llamados a conmemorar la memoria viva de Cristo diciendo como él: esta es mi vida, tomadla y alimentaros de ella, porque Dios me la ha dado para dárosla a vosotros.
Y es que la vocación no es una ecuación simple, no es estar 5 o 7 años en el seminario, no es una inversión a corto plazo, ni la solución a los planes pastorales, no es una vacante que cubrir; es un acto de entrega por Dios y en Él a los hermanos. Por eso, cuando alguien se nos entrega, cuando nos da todo lo que es, debemos cuidarlo. Los curas no son ángeles ni superhéroes, son hombres frágiles, necesitados de afecto, de una llamada de teléfono, y esa es tarea de todos. Si los curas son de los nuestros, cuidémoslos como a los nuestros. Así, los que sientan hoy la llamada de Dios, sabrán que esta aventura es peligrosa pero no van a estar solos en las pruebas que los llevarán a su felicidad.
Javier Prieto, Seminarista mayor de la Diócesis de Zamora (@javi__prieto)