Estamos inmersos en una cultura que idealiza “lo joven”. Es el paradigma de nuestra cultura: novedad, cambio, búsqueda. Tan cómodos estamos en esa situación de apertura e inmadurez, que las respuestas resbalan. Lo que se pretende es seguir en lo no definitivo, sin limitaciones.
Como consecuencia, no existen referentes claros. Quienes tienen la tarea de convertirse en esas personas ejemplares, que guían y conducen, ni desean ni quieren asumir semejante responsabilidad. Que cada uno se busque a sí mismo, demos a borbotones esa libertad sin compromiso, digamos a todos que hagan “lo que quieran”.
Sin embargo, en ausencia de líderes han surgido los “influencers”. Jóvenes en su mayoría, que comenzaron muy jóvenes. Ellos, esos modelos digitales acostumbrados a posar delante de cámaras y aparecer en fotos y vídeos, notan igualmente el peso de los años y su propio crecimiento. Tienen una verdad interesante que contar a todos: No se vive de un papel, no hay camino auténtico entre máscaras, es imprescindible crecer y consolidar la vida saliendo de las máscaras.
Me pregunto, y últimamente lo repito por doquier, sobre la tarea de la Iglesia en este mundo particular. Si bien no hay muchos jóvenes que acudan a sus experiencias, la inmensa mayoría busca espacios para pensar lo que van viviendo, comunidades en las que haya más sabiduría que respuestas enlatadas. ¿No es este un tiempo especial para hacer hueco y escuchar, dejar que sean los jóvenes los que se abran a sus propias respuestas?
José Fernando Juan
Blog: RPJ-Digital