Aunque este artículo va dirigido a personas adultas, todos hemos sido niños; y -salvo las excepciones de infancias problemáticas- todos recordamos aquellos años infantiles como una época dorada. El poeta romántico decía: «Juventud divino tesoro, ya te vas para no volver…»El poeta se equivocaba; en realidad, no es así. La infancia espiritual no debería perderse nunca. Es más, la infancia espiritual se enriquece con el paso del tiempo. El señor. dirigiéndose a los adultos dice: «si no os convertis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». (MT.18,3)
¿Cómo volver a ser niño? ¿Qué podemos hacer los adultos para convertirnos? Miremos con detenimiento a los niños si es que hemos perdido nuestra infancia. Los niños son sinceros y dicen lo que ven, lo que no pocas veces puede poner en un compromiso a los padres. Dice la madre: «ayer, la verdad, es que tuvimos mala suerte, porque fuimos a un restaurante bastante malo… y salta la niña de 5 años: «mamá tú repetiste las chuletas y te tomaste tres helados…»
A los niños les gustan los dibujos animados porque ríen y disfrutan con las cosas sencillas y simpáticas. Para ellos todo es descubrimiento y tienen una gran capacidad de aprender. Aprenden jugando y juegan aprendiendo. Los buenos profesores y profesoras de infantil necesita una buena dosis de resistencia, porque sus alumnos no distinguen entre conocimientos y descubrimientos.
Sin embargo, los mayores muchas veces nos interesamos por sucesos violentos y morbosos. Nos lo dan servido porque los telediarios arrancan su información, habitualmente, con los desastres ocurridos ese día; y -si fuera por las noticias- parecería que hay más sucesos que nunca.
Sí del campo de las noticias pasamos al más cercano de familiares y amigos, nos encontramos con que los mayores guardamos en nuestro interior cosas que nos han dolido, esos rencores que no desaparecen tan fácilmente. Los niños se pelean, y al día siguiente están otra vez jugando juntos porque viven al día. También el Señor nos ha dicho: «No
os agobiéis por el mañana porque él mañana trae su propio afán (Mt. 6,34).
Vivir al día.
Un aspecto fundamental de la infancia es vivir al día. Lo abordamos al final de estas reflexiones, porque recoge esas palabras del Señor que acabamos de citar. Los mayores tenemos con frecuencia en la cabeza las cosas pasadas y las futuras. Los muy mayores -más ahora con los avances de la medicina que han alargado notablemente la esperanza de vida- se pasan mucho tiempo mirando hacia atrás, con aire nostálgico. Los que están en el largo periodo laboral, que constituye el centro de su vida, necesitan mirar para adelante y sacar experiencias de lo que han dejado atrás. El presente, lo emplean, cuando pueden, para descansar.
Sin embargo, el presente que los adultos viven cuando tienen verdadera infancia espiritual, les hace cada vez más sencillos, más alegres, más eficaces y más despreocupados. Saben que están en buenas manos.
Volvamos al final de las palabras del Señor que recogimos al principio: «si no os hacéis como niños entrareis en el reino de los cielos» lo que quiere decir que si nos hacemos como y vivimos de verdad la infancia espiritual, tendremos un cielo y aquí en la tierra.