El enviado de Jesús a sus apóstoles tiene una gran misión para cada uno de ellos y en la que además se la juega porque se está jugando el futuro de la Iglesia. La misión es que unos pescadores, un recaudador de impuestos o unos revolucionarios dejen de ser unos hombres buenos para que sean otros Cristos.
La misión que tiene el Espíritu Santo podríamos calificarla, conociendo a los apóstoles, de Imposible.
Sin embargo para Dios no hay imposibles y para poder hacerlo el Espíritu Santo cuenta, fundamentalmente, con dos elementos que cuando se conjugan en cierta armonía son invencibles: el amor y el tiempo.
Miniar el carácter de Pedro, Juan o Andrés no es tarea fácil y tampoco es labor que vaya a tener resultados inmediatos. Tampoco los quiere. El Espíritu Santo lo que quiere es que le dejen trabajar. Es decir que nos dejemos amar y seamos dóciles a sus insinuaciones.