Un curso escolar se acaba y, en el evangelio de nuestra vida, también Jesús nos anuncia un final. Cuando yo, con los apóstoles, nos pienso que podemos creer por nuestras fuerzas, que conocemos y poseemos la verdad, Jesús me echa un jarro de agua fría: asegura a los discípulos que en breve se van a dispersar y van a abandonarle. A dejarlo solo.
Señor, que no me separe jamás de Ti, y reciba cada instante esa paz de la que hablas en el evangelio de hoy. Siempre, de la mano de tu Madre, Nuestra Madre, María, que me llevará siempre a Ti.
«Tened valor: Yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).