Si eres joven, dices que eres ateo y estás en contra de la Iglesia, que sepas que Dios te llama. No ese dios que te han vendido (y que has comprado en tu interior), no ese dios que menosprecia a los demás y al que le importa poco la vida de cada persona, o que pasa de injusticias o que quiere el mal. Ese no. Ni siquiera el dios que parece haber construido un imperio (o muchos, según se mire) de religiones por todo el mundo que conoces y que desconoce. Ese tampoco.
Te llama el mismo Dios que llama al joven creyente y late en ti. Quizá hayas incluso escuchado algo. O sentido incluso. Algo parecido a que tu vida es importante, que estás aquí para mucho más que pasar el tiempo sin más, o te hayas dado cuenta de que las cosas no son como deberían ser y hay que cambiarlas. Esa conexión tan humana, tan personal con la vida, es por donde empezamos los que creemos en Dios. ¿Por qué sabes que la vida es valiosa y que hay un orden justo en el mundo? ¿Por qué lo deseas, por qué condenas el mal, por qué tu sensibilidad está abierta a otros, por qué eres alguien (no algo) por definir e implicado obligatoriamente en lo que serás? ¿Por qué, dicho con la mayor de las verdades posibles, puedes cambiar la historia?
En el fondo, no nos creemos. La mayor falta de fe es esta, la de no creer que somos significativos, importantes, queridos, relevantes. La falta de fe es convertirse en uno más, de tantos, para diluirse en la masa sin dar sabor algo, como ingrediente de un plato que cocinan otros. La falta de fe es carencia de subjetividad, de individualidad sólida para pasar a ser seres aislados y evitar compromisos y los miedos que vienen detrás de ciertas responsabilidades. Pero no, es imposible acallarlo del todo. Por mucho que vivamos y queramos vivir en reductos, la verdad personalmente se va abriendo paso. Debimos creer y mucho, entregarnos a lo que somos, a la llamada que llevamos dentro y nos hace únicos.
Es verdad, todo esto es imposible sin ser amados. La fe también es esto, comienza aquí. En saberse personalmente amados, no sólo subjetivamente importantes. Lo segundo puede ser engañoso, una quimera, un castillo de humo. Pero cuando alguien se siente amado, cuando de verdad se sabe amado… ¡todo comienza!
La fe que muchos buscan y que no encuentran es esta: ser amados. Amar es voluntad, puede serlo. Quiero esto y lo busco, lo intento conseguir. Pero ser amados no se puede lograr con las propias fuerzas. Cuando alguien se sabe amado, se sabe también en deuda sinceramente. Es gratuidad, es gracia. El misterio ha comenzado. Y tirando del hilo, se quiera o no, se llega a Dios, a lo absoluto y lo eterno. Y rozado levemente, comienzan las preguntas por los demás. ¿Dónde está el hermano, dónde está mi prójimo? ¿Qué será de mí sin ti?
José Fernando Juan @josefer_juan