Hoy el Señor me acerca un poco más a la Verdad plena. Aquella que el mismísimo Espíritu Santo me traerá. De hecho, si acudo a la Eucaristía con el favor del Padre y la Gracia del Espíritu, podré ver la Verdad. Y no solo eso, ¡palparla de forma casi absoluta! Sólo en la otra vida, arrepentido y rescatado podré sumergirme en la inmensidad más plena de la Verdad. De Dios.
¡Oh Señora mía, oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a Vos y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón. En una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, oh Madre de bondad, guardadme y protegedme como cosa y posesión vuestra. Amén.