«Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito».
Así me consuelas, Señor. Así me calmas cuando pienso que no te veo en persona, o que me gustaría abrazarte. Gracias a tus palabras, sé que me acompaña el Espíritu Santo, al que llamas el «defensor». Y con Él, jamás me siento inseguro en esta vida. Pero, Señor, que no olvide nunca tu presencia junto a mí, ocupando el trono del centro de mi alma, y dando conmigo los pasos que doy en mi vida.
Padre nuestro, que estás en el Cielo, ilumina mi vida con tu favor, la presencia de Cristo y la protección del Espíritu Santo.