Jesús fue enviado al mundo para enseñarnos cuán grande es el amor de Dios. Él nació y vivió en la pobreza, con los más necesitados entre los más necesitados. Jesús, sirvió y trabajó por y para el Pueblo, en nombre de Dios. Claro, su actuar se manifestaba en todos, pero Él prefirió al que tenía más necesidad, hasta las últimas consecuencias.
Para muchos creyentes, el mensaje central de Cristo fue su infinito amor, su misericordia y su bondad. Él nos mostró el camino para conseguir la salvación, como hijos de Dios. Pero también nos encomendó contemplar la gloria de Dios en la evangelización caritativa.
Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, me lo hicieron a mí.
Mateo 25, 40.
Ciertamente, para Jesús la caridad es lo más importante; esencia del Evangelio. Cada acto hacia el prójimo, va dirigido a Cristo y…
tiene valor en la eternidad.
Esto último es sumamente valioso. Todo acto de amor hacia el prójimo es vivo reflejo del amor que Dios mismo tiene para todos nosotros. La caridad es tan importante que quien ayuda concretamente a sus hermanos, es como si amase directamente a Jesús en ellos, porque es Él quien se encuentra en el desamparado, en el pobre, en el hambriento, en el enfermo… en todos.
La caridad es la virtud núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el gran mandato:
“ámense los unos a los otros, como yo los he amado”.
Todo auténtico seguidor de Cristo debe tener presente que no se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado el servicio hacia nuestros hermanos. Esta virtud es un don de Dios que nos permite amar en medida superior a nuestras posibilidades humanas. Se reconoce, incluso, como la virtud por excelencia porque su objeto y motivo es el mismo amor a Dios.
En pocas palabras, la caridad es amar como Dios lo hace, quizás no con la misma perfección, pero sí con el sentimiento que de Él fluye; ver con los ojos de Cristo, cuidar con su amabilidad, dar sin medidas y escuchar al necesitado. Justo a ésto nos referimos cuando decimos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, a que podemos amar como Él, en plena libertad y razón.
Entonces, fiel al modelo de nuestro Maestro, es vital que hoy la Iglesia (todos nosotros) salga a anunciar el Evangelio, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras y sin miedo. (Evangelii Gaudium, 23) Debemos compartir un Evangelio vivo, en ayuda al prójimo.
La caridad, si no se concreta de nada sirve.
Los cristianos tienen el deber de anunciar la buena nueva, sin excluir a nadie. No como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello u ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción (Evangelii Gaudium, 14), crece en la confianza, en el amor, en la esperanza y en la fe. Por tanto, la enseñanza debe situarse en una actitud que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio, igual que Cristo lo hizo.
Recordemos que la Verdad se vive en nuestra propia vida y se comparte en comunidad.
¿Cómo ser más caritativo?
La mejor sugerencia es empezar a poner en práctica las Obras de Misericordia. Visita a un enfermo, platica con él, pregúntale qué necesita o cómo podrías ayudarlo a sentirse mejor. Comparte tu almuerzo con tu compañero al que se le olvidó. Reparte botellas de agua a los caminantes sin rumbo. Da posada a los peregrinos. Comparte la ropa en buen estado que ya no utilices. Visita a los presos. Ora por quienes han partido a la casa del Padre.
En Oración, estoy segura que Dios guiará tus pasos y crecerá en ti esta virtud. Oremos por un mundo en donde la caridad reine como principal vínculo entre nosotros, hermanos e hijos de Dios que somos.
Oro por ti,
Myriam Ponce Flores