Señor, hoy me proclamas tu humanidad y tu divinidad. Haz que yo vea con claridad la necesidad de proclamarlas en tu nombre. Ayúdame a poner en práctica esa humildad que hoy demuestras, ese espíritu de servicio del cual el mismo Dios venido del Reino es bandera.
Gracias, gracias. Te lo digo poco. Gracias, por todo lo que me has dado. Por la oportunidad de seguirte, de aprender contigo, de ser discípulo tuyo.
María, Madre Nuestra, Madre de Dios, llévame al Cordero cada día, cada instante, para que no deje de verle en mis hermanos, y, un día, llegue a ser Jesús con ellos.