Gracias, Señor. Gracias. Te lo digo poco, pero te agradezco con mi mente, mi alma y mi corazón todo lo que me das cada instante. Te agradezco la Eucaristía, el hecho de que te hayas quedado con nosotros para nuestra Salvación. Y te agradezco que te nos des como Pan de Vida eterna.
«El que come de mi carne y bebe de mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí».
Este escándalo para los judíos es hoy la piedra angular de mi Salvación. No la merezco, pero, Señor, ojalá te la agradezca desde hoy, con mis obras y mi voluntad.