El pasado domingo 28 de abril, la lectura del Evangelio nos invitó a hacer una reflexión sobre el papel de Tomás el Apóstol en el regreso de Cristo.
Santo Tomás Apóstol fue uno de los privilegiados discípulos elegidos por Jesús en los primeros días de su vida pública. El propio San Juan relata diversas intervenciones de Tomás que nos revelan su carácter, como cuando Jesús se preparaba para partir hacia Betania en el momento de la muerte de Lázaro, corre peligro y los discípulos le recuerdan: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos» (Jn 11, 8).Pero, Tomás dice a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él» (Jn 11, 16). Tomando la batuta en liderazgo y la valentía de llegar a ofrecer la vida por su Maestro.
Igualmente, en la escena de la Última Cena cuando Jesús anuncia su partida, es Tomás quien, con un nudo en la garganta, le pregunta: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? » (Jn 14, 5). Jesús le respondo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6).
No obstante, el famoso apóstol debe su celebridad a sus dudas más que a su fe, hasta se le conoce como Tomás el incrédulo. Y el nombramiento se remonta al momento cuando los demás discípulos le mencionan: «Hemos visto al Señor» (Jn 20, 25), y él contesta: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25). Esto, presumiendo de un espíritu “científico” que cree sólo en aquello que ha verificado.
Pero, lo curioso se encuentra algunos versículos antes:
«Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en eso entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz esté con ustedes».
(Jn 20, 19)
La Biblia lo dice, los discípulos estaban encerrados en la casa por miedo a ser perseguidos y atrapados por los judíos. Ante su temor Jesús les dice: «La paz esté con ustedes», como una invitación a tranquilizarse y dejar el miedo a un lado porque Dios estaba con ellos.
Pero, ¡Tomás no estaba ahí! Él estaba fuera, posiblemente predicando cuánto Jesús les había enseñado. Él, convencido del mensaje de salvación, había vencido el miedo a la persecución y, en su valentía, había salido mientras los demás temían. El creyó y confió profundamente en las enseñanzas y promesas de Cristo,… tanto así que al salir se arriesgó y entregó totalmente, consciente de que Dios estaba con ellos.
Él fue el valiente que, en la plena confianza en su Maestro, salió.
Cuenta la escritura que ocho días después, los discípulos estaban aún dentro, pero ahora Tomás estaba con ellos. Llegó Jesús, estando aún cerradas las puertas del lugar, y se puso en medio de ellos, de nuevo recordándoles que la Paz estaba con ellos. Se dirigió a Tomás y le dijo: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» (Jn 20, 27). Es en este momento cuando Tomás se convierte en el primero que reconoce a Jesús con su verdadero título, diciéndole: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Es el primero que llega con su fe a este extremo, un reconocimiento que no nació de un instante, sino de toda una experiencia de entrega profunda.
Reflexionando, podemos ver a Tomás como un verdadero hombre moderno, un realista y existencialista que no quiere vivir de ilusiones y que teme que se le engañe, por eso es que menciona: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos (…), no lo creo”. Pero, a la vez podemos entender estas palabras como una respuesta en prevención al sufrimiento por el que todos habían pasado, un no quererse arriesgar de nuevo a la pérdida. Pero, al final, Jesús responde de manera inaudita y Santo Tomás Apóstol es bañado por su Amor e Indulgencia.
Del apóstol, quien pareciera responder escéptico y exigente, obtiene Jesús uno de los actos de fe más hermosos de todo el Evangelio. Pidamos a Dios que nos de la valentía de Santo Tomás para salir y hablar de la Verdad, en pleno convencimiento. Especialmente ante las presentes crisis de fe que experimenta nuestra época. Pidamos, también, por un constante entusiasmo por reforzar nuestra fe, para que en nuestras crisis podamos crecer y caminar hacia la Casa de nuestro Padre.
Oro por ti,
Myriam Ponce