Este es el evangelio que meditaremos mañana domingo, pero podemos empezar a leerlo esta misma tarde. Es increíble.
Me habla de un momento de desesperación. De una desesperación tan grande como las que vivo cada semana: con mi familia, en mi trabajo, en mi estudio, en mi vocación, en mi oración… Todas esas que procuro compartir con el mismo Jesús junto al Sagrario.
Los apóstoles viven este momento en que se podría hablar de desesperanza, hasta que se topan con un hombre, en la orilla, a lo lejos. Cuando no les caben más peces en la barca -gracias a que han seguido sus consejos- se dan cuenta de que es el Señor, el Maestro.
Más tarde, Jesús pregunta a Pedro por el Amor con el que le quiere, ojalá me sea interpelado por Jesús de la misma forma y le diga: «Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te adoro».
Y me deja, además, Cristo, un mandato. Una clara invitación: «SÍGUEME».
Este evangelio es riquísimo, por eso, lo mejor es leerlo con calma y meditarlo con la esperanza y la alegría que me suscita la Persona del Hijo de Dios.