Hablemos primero de las redes sociales. Desde aquellos que tuvieron un perfil en MySpace hasta los que se divierten con los filtros de Instagram, todos tienen algo en común: una nueva forma de expresarse. ¿Y qué compartimos? Lo que nos gusta, lo que nos hace reír, algún logro, lo que leemos, vemos, queremos. Todo va bien hasta ahí.
Queremos viajar, terminar bien nuestros estudios, conseguir un empleo que nos guste (y nos pague), buscamos el amor, poder salir con los amigos y disfrutar más con la familia. No exactamente todo eso, cada uno añade o quita. Pero absolutamente todos estamos en constante búsqueda y encuentro.
Más de uno nos perdemos en ese camino. Buscamos amor donde no lo hay, reconocimiento donde no debemos. Ponemos nuestro esfuerzo, ganas, y fe en ídolos falsos. Lo apostamos todo y lo perdemos todo, y terminamos con una sensación de vacío. En redes somos testigos de modas y tendencias efímeras, de estilos de vida casi perfectos que pueden resultar deseables, pero inalcanzables.
Recuerdo la primera vez que posteamos aquello de “que nada te turbe, nada te espante” de Santa Teresa de Jesús, ¡montones de likes y compartir! Y es que muchísimos se identifican con eso. Tienen miedo, alguna preocupación, desesperanza, pero ¿y quién no la ha sentido alguna vez?
Y ahí es donde entras tú, entramos todos. Evangelizar no es más que llevar el mensaje de Dios a los demás, y hacerlo por los medios a nuestro alcance. ¿Y cuál es la mejor estrategia para hacerlo? ¿imágenes de colores? ¿videos cortos? ¿memes? ¿transmisiones en vivo?
¡Es mucho más sencillo! “Ama, haz lo que quieras” y comparte un poco de eso con los demás. Así de fácil, el ejemplo arrastra corazones y mueve voluntades. Llena tus redes de tu vida, de lo cotidiano: de cómo te encuentras con Dios en cada instante, en cada abrazo, en las personas. ¡Y nada de por ponerlo bonito ni ser poser! Las redes necesitan testimonios de los santos de a pie, de los que se enfrentan a tentaciones y piden ayuda de rodillas, que quieren y aman lo que hacen, que trabajan por los demás, de los que hablan de Dios en cada acción y sin usar palabras. De personas que tienen los mismos problemas que ellos pero que logran sortear los problemas de otra forma, sin perder la esperanza y con alegría. El Papa Francisco dice en la Exhortación CHRISTUS VIVIT que “en esta búsqueda se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor desinteresado, relacional y existencial que toca el corazón, llega a la vida, despierta esperanza y deseos. Es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo”.
Ahora, si ya casi eres un influencer y la gente te sigue a montones, ¡felicidades! Tienes la posibilidad de poder llegar a más personas, de crear inquietudes y ayudarles a buscar respuestas. A ustedes los invitamos a hacer redes en las redes. No hay nada que nosotros no hayamos disfrutado más que compartir lo que nuestros amigos hacen: notas, videos, homilías, campañas, fotografías. Algunos son muy creativos, otros más reflexivos y solemnes. Y por favor, no uses contenidos de otros sin darles el crédito. ¡Dios nos ha dado dones distintos, ¡pon al servicio los tuyos! No quieras parecerte a nadie, sé auténtico, sé tú. Entre todos hacemos un gran equipo, pertenecemos al mismo equipo.
Y no importa si tienes uno o un millón de seguidores, más de uno te lee y confía en ti como buena fuente. Seamos portadores de la Nueva Buena y también de la verdad. No basta con compartir mensajes sino que estos sean fidedignos, ¿cuántas veces antes de compartir una imagen, video o noticia revisas que sea real? ¡Que no te gane la inmediatez ni las ganas de ser el primero o el más compartido! En tiempos de las fake news tenemos que tener más cuidado, ser más responsables.
Finalmente, el Papa Francisco nos dice que hay que pasar del like al Amén: “Si la red me proporciona la ocasión para acercarme a historias y experiencias de belleza o de sufrimiento físicamente lejanas de mí, para rezar juntos y buscar juntos el bien en el redescubrimiento de lo que nos une, entonces es un recurso. Podemos pasar así del diagnóstico al tratamiento: abriendo el camino al diálogo, al encuentro, a la sonrisa, a la caricia… Esta es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres. La Iglesia misma es una red tejida por la comunión eucarística, en la que la unión no se funda sobre los “like” sino sobre la verdad, sobre el “amén” con el que cada uno se adhiere al Cuerpo de Cristo acogiendo a los demás”.
¿Y tú para qué usas tus redes?
Juventud Catolik