Jesús quiso ser igual de humano que todos nosotros. Así, Él también vivió la alegría de la niñez, la vitalidad de la juventud, y después de 40 días en el desierto, hambre y soledad. No quiso dejarse nada, y por eso el hijo de Dios también sufrió las tentaciones del demonio, pero lejos de caer en ellas, nos dejó valiosísimas lecciones.
Cuenta el evangelio según San Lucas que, en la primera tentación, el demonio le dijo a Jesús “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan” (Lc 4, 3). Jesús, hambriento por el ayuno, no es necesariamente tentado para saciar su hambre física, sino para utilizar su poder divino y solucionar un problema menor de carácter personal, a favor de su comodidad. Nosotros nos sentimos identificados con el Jesús que pasa hambre por el ayuno. Así, cuando nosotros lo hacemos podemos encontrar refugio en Él. Por eso Jesús no hace “trampas” para aliviar su hambre, sino que sufre y vive como todos nosotros. Esa es la gran primera lección que nos deja, que podemos encontrar refugio en Él, porque a pesar de ser Dios, ha sentido y vivido como todos nosotros.
Habiendo vencido al demonio una primera vez, Jesús se encuentra con esa fastidiosa constancia que tiene Satanás por hacernos caer, y escucha que le dice “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo” (Lc 4, 6). El demonio ahora ataca a Jesús para que consiga todo el poder y la gloria de los pueblos, algo legítimo que nuestro Señor merece, pero sin pasar por la cruz. El “camino fácil” se le presenta a Jesús: gobernarlo todo, pero sin pasar por el dolor y la humillación, sin entregarse hasta la muerte. Pero Cristo dice que no, pues Él ha de dar su vida por cada uno de nosotros. La segunda gran lección que nos deja es que Él se entrega por nosotros completamente, y ni todos los reinos del mundo le harán cambiar de opinión; Su amor por nosotros es más grande.
Finalmente, el demonio le hace una última tentación, “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.»” (Lc 4, 10). La respuesta de Jesús es contundente: “Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios»” (Lc 4, 13). Es una tentación que busca a un Jesús que se expone y llama la atención. Su misión es más fácil de cumplir si no actúa como hombre, si se olvida de la humildad y cae en el sensacionalismo. El demonio tienta al Señor para que demuestre su naturaleza divina, como si fuera la única forma de acercarse a los hombres. La tercera gran lección es que tenemos que buscar la misma Fe que tuvo Jesús con su Padre, que no le pidió un gran milagro para probar su divinidad, sino que tenía clara su misión, obedecer a Dios.