Cada vez que se justifica la eutanasia por “amor”, pienso que realmente no han tenido la suerte de conocer un amor verdadero, maduro. Ayudar a irse, no se hace por amor, se lleva a cabo por egoísmo, al abandonarse y dejarse arrastrar por la nostalgia de lo vivido, de lo perdido, de los privilegios de la vida mundana que ahora no se pueden tener.
Esta época de dolor, es necesaria para la limpieza de nuestra alma, no quiero juzgar, ni condenar, porque para ello hay que conocer el interior de cada persona; pero sí sé que a todos nosotros, la vida nos ha puesto en situaciones, dónde hemos tenido que ser héroes, dónde lo más fácil hubiera sido dejarse morir, no luchar, abandonar el cuerpo, para luego dejar ir a nuestra alma:” No abandonéis el cuerpo, porque lo siguiente será el alma”.
No desfallezcáis, hay que pedir fortaleza, paz interior, templanza, descansad en Él, si estáis cansados, si el dolor físico o mental es insoportable. Hemos venido a este mundo para ser felices, Dios nos quiere alegres, pero las cruces son parte de esta vida, de una vida vivida con intensidad; estas conforman la felicidad real.
No se puede juzgar ningún caso en concreto, no estamos para condenar, porque no sabemos qué les pasó por la cabeza en ese momento o si llegaron a arrepentirse, en el último instante, pero sí podemos acompañarlos, decirles que la fortaleza y la esperanza hay que pedirlas, que a través de nuestra relación con la Virgen y con Dios, nuestra esperanza puede ser renovada, porque nace del amor que nos tienen nuestros Padres.
El aliento a la vida nos lo da Dios y debe quitarlo Él, solo lo merecemos dándolo, respetándolo, apostando por una cultura de la vida, por desgracia hay mucha gente que se suicida por diferentes motivos: Problemas psicológicos, enfermedades terminales, hambre, miseria, niñas cuyo precio lo ponen sus padres. Estas realidades, nos hacen preguntarnos: ¿Dónde es viable poner el límite? Cada uno vemos nuestro sufrimiento o nuestro infierno como el más negro, el más duro, el más obscuro, pero hay que buscar la Luz.
Solo me queda pedir por las almas de este matrimonio, él la dejó ir por amor, pero su soledad ahora es mayor, no se puede ser feliz a costa de la felicidad del otro.
“Cuando sientas que ya no sirves para nada,
todavía puedes ser santo”.
San Agustín.
Amelia Bueno Sagra
Doctorando en Dcho.
Especialista en Psicología Legal, Forense
y Dcho. Matrimonial Canónico