Hoy, Señor, te me revelas en plenitud. Te agradezco desde mi vida todo el esfuerzo que has puesto para lograr cada paso adelante, cada conversión, cada corazón en paz. Te doy gracias por el sufrimiento ofrecido. Por la misión que llevaste hasta el extremo. Aunque muchos no te recibieron.
Jesús no se quedó a medias. Jesús no fue tibio ni siquiera un segundo de su vida. Jesús llevó hasta el extremo más radical una misión que le había encomendado el Padre. El testimonio que el Padre da de Él es el más grande.
«No es que yo dependa del testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que vosotros os salvéis».