¡Qué maravillosa lección me das, hoy, Señor! Hoy me muestras todo lo que me tienes reservado. Me enseñas que Tú renuevas, sanas, das vida, limpias, liberas… siempre, claro, que yo me reconozca necesitado de Ti y de tus dones. Siempre que yo me sepa pecador y un humilde siervo tuyo.
La única condición para que me sanes es mi fe, y por eso te doy gracias, Señor. Que no me pase como al tullido de hoy, en el Evangelio, que te vende como un vil traidor, aunque lo haga sin darse cuenta de las consecuencias. Que te sea leal siempre.
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».