Esta petición parece irónica porque no le pedimos que no hayan tentaciones sino que no nos deje caer en ellas. Sería más fácil que no las hubieran y así nos evitaríamos de una no poder ofender más al Señor. Sin embargo, así el Señor nos demuestra que las tentaciones no son malas, sino más bien, una oportunidad para amarLe más, para elegirLe una vez más. Tentar es poner a prueba nuestra virtud.
No confundamos entre el pecado y la tentación. La tentación no es pecado, no es ofensa a Dios, pero caer en tentación sí.
Cuando pedimos al Señor, «no nos dejes caer en la tentación» estamos reconociendo que el Señor es el bien de nuestra alma, de nuestra vida. Le estamos diciendo que no Le queremos perder, que Le necesitamos, que es lo que más necesita y anhela nuestro corazón. Le pedimos que podamos evitar el pecado de caer en ella, que nunca nos permita pecar. La madre de san Luis, rey de Francia, le decía muchas veces: «Antes morir que pecar».
¡Cuántas veces hemos jugado con la tentación…! La persona que se enfrenta la tentación a veces coquetea con la misma como un niño que juega con un cuchillo, o como alguien que camina distraídamente al borde del precipicio. Consciente o inconsciente de que se juega con la condenación eterna, el alma convive con la tentación y facilita la caída en el pecado, como buscando el propio daño o la destrucción. ¡Qué tontos somos!
No siempre el demonio tiene que trabajar activamente para que caigamos, muchas veces somos nosotros mismos los que nos enredamos en ella. Al demonio le interesa que caigamos en tentación y utiliza mil y un inventos de los más sutiles, casi imperceptibles para que caigamos, para que dudemos, para que nos apartemos de Dios. No le importamos, ¡para nada! Lo único que quiere es hacer daño a Dios, que no nos salvemos.
Entonces, ¿por qué? ¿Para qué las tentaciones? Dios permite la tentación porque nos fortalece, nos da la posibilidad de elegirLe. La tentación puede sacar lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Las tentaciones nos enseñan a saber querer, a amar hasta el final y pase lo que pase. A la entrega total del corazón a aquello que se ama. Nos entrena para el amor verdadero. Fijémonos estos días en Jesús en el desierto, ¡el mismo Jesús fue tentado! Experimentó humanamente la tentación. Ser tentados es humano, pero caer en la tentación es diabólico.
De manera que al diablo: puerta. Ni hablar, ni dialogar, ni retarle, ni demostrarle lo fuertes que somos. Al diablo ¡puerta! No hay victoria más grande que ignorarle, que ni entrar en su juego.
Y es que nunca se llega al pecado sin haber antes perdido la batalla frente a la tentación. ¡Sepamos reconocerla, y apartarnos de ella! Dios nos mantiene también firmes ante la tentación por medio de la iluminación del entendimiento. Pidamos al Señor luz para ver al demonio y gracia y fuerza para sobreponernos a las pruebas y elegirLe siempre.