El evangelio del domingo Lateare nos trae una parábola muy conocida, no sólo porque la hayamos leído o escuchado muchas veces, sino porque la hemos vivido: la parábola del hijo prodigo.
La introducción no puede ser más gráfica. Los escribas y fariseos se escandalizan de que Jesús acoge y come con los pecadores. El pecador para el pueblo judío era un desgraciado, como contemplamos en otros pasajes del evangelio. No hay más que recordar las palabras pronunciadas por los judíos al pobre ciego de nacimiento: ¿Quién peco este o sus padres?
Jesús, en la parábola del hijo prodigo, les va hablar de la gran misericordia de Dios y, en cierta medida, de que ninguno de nosotros estamos libres de cometer una ofensa a Dios.
La parábola del perdón se manifiesta en dos hijos que sufren situaciones aparentemente distintas pero que esconden, como sabemos al leerlas con detenimiento, un mismo problema: ninguno de los dos hijos se encontraba a gusto en la casa del Padre. Hay un cierto grado de insatisfacción, de acedia en la casa del Padre.