Ante las nuevas ideologías que rondan por el mundo, vale la pena recordar el valor integral que Dios ha otorgado a cada ser humano. Fue Él quien, desde el inicio, te pensó y creó con la capacidad de razonar y amar, a tu Creador y a tus hermanos. Estas características, se las proveyó a todo ser humano, libre y plenamente amado.
Dios no hace acepción de personas (Hech 10, 34; Rm 2, 11; Ga 2, 6) porque todos
los hombres tienen la misma dignidad de criaturas a su imagen y semejanza.
El ser humano, más que cualquier otro ser, es uno que integra una dimensión inteligente y espiritual al carácter biológico, propio de todo organismo. Estas tres dimensiones se entrelazan estrechamente y con nula posibilidad de separarse. De hecho, en el Concilio Vaticano II se afirmó que el hombre es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma. (Gaudium et Spes, 24, 3) Sólo él está llamado a participar, por conocimiento y amor, en la vida de Dios mismo. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad. (CIC 356)
Por tanto, creados a imagen y semejanza de Dios, el rostro de todo hombre ante su Creador es, también, el fundamento de la dignidad del hombre ante los demás hombres y el móvil para la radical fraternidad entre todos, independientemente de la raza, nación, sexo, origen, cultura y clase. (Doctrina Social de la Iglesia, 144)
La misma Encarnación del Hijo de Dios manifiesta la igualdad de todas las personas en cuanto a su dignidad:
Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer,
ya que todos ustedes son uno en Jesús . (Ga 3, 28; Rm 10, 12).
Esta igualdad, en el reconocimiento de nuestra dignidad humana, hace posible el crecimiento común y personal de todos. Es decir, sólo al reconocernos dignos y amados es que podremos realmente perseguir el bien común que anhelamos.
Entonces, para favorecer un igual desarrollo social, es necesario: apoyar a los últimos, asegurar efectivamente las condiciones de igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer y garantizar una igualdad objetiva ante la ley entre las diversas clases sociales. Sólo por mencionar algunos primeros pasos.
Alcanzar una igualdad benéfica para todos, sólo será posible bajo el reconocimiento de nuestra dignidad humana. Misma que debe ser custodiada y promovida, de forma comunitaria, por toda la humanidad. Si consiguiéramos una auténtica fraternidad universal, podríamos luchar contra las condiciones de gravísima disparidad y desigualdad, que de forma directa o indirecta, empobrecen a todos.
Hombre y Mujer
Una igual dignidad no indica que todos seamos determinadamente “iguales”. Hombres y mujeres no poseen una igualdad estática, porque lo específico femenino es diverso a lo específico masculino. Esto ha sido plenamente comprobado bajo cualquier carácter científico y resulta en una diversidad sumamente enriquecedora y complementaria para la convivencia humana.
La mujer es el complemento del hombre,
así como el hombre es el complemento de la mujer.
Esto es una verdad, ambos se complementan en lo físico, psíquico y ontológico. Es en la unión de los dos en donde se construye la historia de la humanidad. El matrimonio y la familia constituyen, entonces, el primer compromiso social de los fieles laicos. (Christifideles laici, 40)
Perfección femenina
Debemos recordar que en una época plenamente marcada por la supresión a la mujer, Cristo “habló con ellas” (Jn 4, 27), tuvo singular misericordia con las pecadoras (Lc 7, 36 – 50), las curó (Mc 5, 25 – 34), les reconoció en dignidad (Jn 8, 1 – 11), y las eligió como primeros testigos de su resurrección (Mt 28, 9 – 10). Por tanto, puesto que Cristo se unió a cada persona humana, hombre y mujer, la fe en Él es una muestra implícita de la buena nueva para el reconocimiento total de la dignidad de las mujeres y la búsqueda de la solidaridad con ellas, especialmente aquellas – ancianas, adultas, jóvenes y niñas – que son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa. (Documento de Aparecida n. 48)
La misma Iglesia Católica urge a escuchar el clamor, tantas veces silenciado, de mujeres que son sometidas a diferentes formas de exclusión y de violencia (Documento de Aparecida n.454). Por esto, profundizó en las propuestas de renovación cultural y eclesial en torno a la reflexión dignificante de todo ser humano.
“La Iglesia considera el movimiento, llamado -liberación de la mujer-, a la luz de la doctrina revelada sobre la dignidad de la persona humana, (…) tanto mujeres como hombres, ante el Creador y sobre la misión que se atribuye a la mujer en la obra de la Salvación”. – Juan Pablo II, 1994. Es así que considera que el reconocimiento del valor de la mujer tiene como fuente última la conciencia cristiana del valor de toda persona.
La Biblia misma nos cuenta cómo la mujer es creada por Dios de la costilla del hombre, y es puesta a su lado; como una creatura con la que podría dialogar de igual a igual. Así pues, la existencia de la mujer no consiste en ser como el hombre, masculinizándose hasta perder sus cualidades específicas de mujer. Su perfección es, en autonomía, ser mujer.
María, ejemplo de feminidad.
Como parte de la feminidad se consideran todas las características físicas, psíquicas o morales propias de la mujer, o de lo femenino. En María se revela plenamente el valor atribuido en el plan divino a la persona y a la misión de la mujer. (San Juan Pablo II, 1994)
La mujer, como primera enemiga del maligno,
es también la primera aliada de Dios. (Mulieris dignitatem, 11)
María está implicada en la alianza definitiva de Dios con la humanidad. Tiene la misión de dar su consentimiento, en nombre de toda la humanidad, a la venida del Salvador. Esta misión supera todas las reivindicaciones de los derechos de la mujer, incluso las más recientes: “María intervino de modo excelso y humanamente impensable en la historia de la humanidad y con su consentimiento contribuyó a la transformación de todo destino humano”. (San Juan Pablo II, 1994)
En María se ejemplifica el llamado a todas las mujeres para desempeñar un papel de primer plano en la Alianza Divina y esto se puede apreciar en los bastos ejemplos de santas que han elegido prevalecer al servicio del bien.
No te permitas caer en la mentira, a las mujeres les corresponde un gran papel en la Iglesia y ésta lo reconoce. Su papel se percibe claramente a la luz de la sublime figura de María. Entonces, guiados por el Espíritu Santo y de la mano de Ella, difundamos en el mundo estas verdades ayudando a comprender la dignidad y derechos que todos, como Hijos de Dios, contemplamos. Sigamos su ejemplo de humildad y plena confianza en la Voluntad de Dios, y persigamos la Santidad bajo la guía del Espíritu Santo. Recordemos que la fraternidad última sólo se alcanzará cuando nos consideremos hermanos en Cristo, para salvación de todos.
Myriam Ponce