Hoy, celebramos el segundo domingo de la Cuaresma. Jesús me llama a la santidad, como ayer, pero lo hace de una manera evocadora, más elevada. Ojalá ponga atención a las palabras que salen de la nube -un fructuoso símbolo bíblico-. Ojalá reconozca a Jesús siempre como el Hijo de Dios, y no como una molestia, un perjuicio o una losa que llevo a mi espalda.
Mi Madre del Cielo, María, conoce mi debilidad y me acompaña cuando veo con Pedro, Santiago y Juan la gloria anticipada de Cristo. Yo la veo, quizá no en una transfiguración, pero sí en los consuelos que me regala Jesús a menudo. Que no pierda esa capacidad de asombro.
«Qué bien estamos aquí. Hagamos tres tiendas».