Estos últimos días, a raíz del juicio sobre los temas de pederastia en la Iglesia, no hago nada más que escuchar cómo esta institución, debería haber sido ejemplo, pareciéndoles increíble la conducta de estos sacerdotes.
No me sorprende, sé más que de sobra que la persona que da un paso al frente y se hace sacerdote tiene mayor responsabilidad, que cualquier otra, pero no por su condición humana, que es pecadora por naturaleza, sino por la confianza de Dios depositada en su alma.
Estos sacerdotes han hecho caso omiso de su compromiso vital vocacional, de el compromiso de su alma con Dios.
Volviendo a la condición humana, estos actos son reprobables moral y judicialmente, ya lo decía Benedicto XVI: “Tolerancia cero es imprescindible”, pero deben ser estudiados uno por uno, para no caer en injusticias, acatando la pena judicial que le corresponda a cada uno.
Por otro lado, el perdón no es exclusivo de los laicos, aunque nos parezcan hechos repugnantes, deleznables e incomprensibles, no podemos negárselo, pero debe haber un verdadero arrepentimiento y por supuesto esto no tiene nada que ver con la pena judicial que deberán asumir, ya que todos los actos tienen consecuencias. Habrá quienes se puedan reinsertar en la sociedad y por lo tanto en el sacerdocio y habrá quienes su enfermedad no les permita tener las herramientas suficientes para retomar su vida sacerdotal, ni social.
Me falta hacer hincapié en que esta lacra social, la pederastia, no es exclusiva de la Iglesia, es una enfermedad de la sociedad que se da por desgracia en muchos ámbitos, esto no es justificar esta conducta, sencillamente es contextualizarla. Desde el punto de vista forense se puede decir que la pederastia es un trastorno psicológico que afecta a las personas por distintos motivos, porque han sufrido algún trauma en su infancia, es decir, en algunos de los casos ellos mismos fueron víctimas de esos comportamientos delictivos, abusivos y adictivos, por traumas, por carencias afectivas en la infancia. En general, se trata de personas que han vivido un impacto muy traumático en su infancia. Son muchas las variables que intervienen en la mente de un adicto a las agresiones de este tipo, por eso es tan importante que se esclarezcan todos estos hechos, no solo por el bien de la Iglesia, si no por el bien de la persona en sí, por esto hablo de una renovación, aceptando con humildad que la Iglesia está formada por personas, la mayoría de las cuales son conscientes de su responsabilidad vocacional, pero también reconociendo la responsabilidad de esta minoría que no ha sabido respetar su vocación.
Tomando un fragmento del Papa Francisco, Discurso, 24-II-2019: “Estamos, por tanto, ante un problema universal y transversal que desgraciadamente se verifica en casi todas partes. Debemos ser claros: la universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia».
La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética. El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños. No hay explicaciones suficientes para estos abusos en contra de los niños. Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles porque son imagen de Jesús. Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe, no sólo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces.
En Ti confío,
para que me enseñes el camino de una vida eterna,
verdadera, trascendente, ordinaria,
la que puede ser vivida diariamente,
abrazada y donde la muerte física sólo será su continuación.
Amelia Bueno Sagra
Especialista en Psicología Legal, Forense
Y Dcho. Matrimonial Canónico.