La Cuaresma es un camino que emprendemos tanto individualmente como comunitariamente a imitación del pueblo de Israel, que atravesó el desierto para alcanzar la tierra prometida, pasando de la esclavitud a la libertad. Realizamos este camino siguiendo los pasos de Jesús, nuestro maestro y modelo, que nos enseña a ser libres para servir a Dios. Según el Evangelio de San Marcos Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, de donde salió fortalecido para emprender su misión (Mc 1, 12-15). También nosotros deseamos adentrarnos en el desierto cuaresmal con el fin de aprender a vivir con más fidelidad al Evangelio y llegar renovados a la Pascua. Cada año Dios nos concede la oportunidad de celebrar “los misterios que nos dieron nueva vida” y de esta manera “llegar a ser con plenitud hijos de Dios” (prefacio I).
La libertad y salvación que nos ha llegado por medio de Jesucristo se puede contemplar como algo realizado, pero también como algo que se está realizando y como algo que esperamos. Por la muerte y resurrección de Cristo, hemos sido salvados y liberados. El amor de Dios, manifestado con rotundidad en la cruz de Cristo, nos libera de la esclavitud del pecado y del poder de la muerte. De esa liberación participamos por nuestro bautismo pues fuimos sepultados con Cristo para vivir con Él una vida nueva (cf. Rom 6, 4).
Pero nuestra libertad también se realiza en el presente. La salvación que hemos recibido, sigue actuando en nosotros. El amor del Padre va transformando nuestra vida y, con la fuerza del Espíritu, nuestra vida se va configurando con Cristo. El bautismo no fue sólo algo que recibimos en el pasado, sino que nos sigue salvando. Creer nos sigue dando la libertad.
Por último, la salvación es también algo que esperamos, porque, como dice San Pablo, hemos sido salvados “en esperanza” (Rom 8, 24). El amor que el Padre nos ha manifestado en la cruz de Cristo nos da la seguridad de que esa salvación será consumada un día. Esperamos gozar un día de Dios con todo nuestro ser y vivir en comunión plena con todos los seres.
De esta salvación realizada por Cristo participa todo lo creado. Jesús no es sólo el Salvador de nuestras almas, ni siquiera el Salvador de todos los hombres, sino que es Salvador del mundo, redentor de todo lo creado. Este aspecto cósmico de la redención es acentuado por el Papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma de este año donde recuerda este texto de San Pablo: “La creación, expectante, está esperando la plena manifestación de los hijos de Dios” (Rm 8, 19). También las criaturas están esperando la salvación. El mundo entero desea su consumación, llegar a ser el “nuevo cielo y la tierra nueva” anunciados en el Apocalipsis (cf. Ap 21, 1-8).
Nosotros podemos cooperar con esta salvación, que procede siempre de Dios. Recuerda el Papa que “si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14)”, coopera con la redención. De esta salvación no sólo nos beneficiamos nosotros, sino también toda la creación. Si apartamos de nosotros la lógica egoísta, que conduce a buscarnos sólo a nosotros mismos, podremos ayudar también a todas las criaturas a llegar a la plena libertad.
Mons. Conesa Ferrer