Aprender a amar a alguien, y más si es para toda la vida, no es algo que se improvisa…
Para todo en esta vida debemos prepararnos. Muchos pueden dar una significativa importancia a su preparación profesional, y eso está muy bien. Pero, no es menos importante la necesaria preparación para el matrimonio, en todo lo que ello implica.
Cuando hablamos de preparar el matrimonio, no nos estamos refiriendo solo a la preparación del día de la boda como tal. Sería lamentable el solo pensar en el traje, la fiesta, el banquete, los invitados, el viaje, la casa… Esas son cosas necesarias en las que se debe pensar, pero no son lo más importante. La felicidad de la nueva familia no dependerá de esas cosas. Cuando hablamos aquí de la preparación nos estamos refiriendo a la preparación de los más importantes de la boda: los futuros esposos.
La preparación al matrimonio debe hacerse desde el vientre de nuestra madre. Quizá se nos haya pasado este detalle esencial… pero, lo cierto es que nunca es tarde para empezar esta preparación. Se puede hacer todo lo que se pueda y ya luego Dios suplirá.
Cabe recalcar que, aunque se diga preparación al matrimonio, no se puede excluir la posibilidad al don de sí mediante la elección del sacerdocio o de la vida religiosa. En definitiva, para ambas vocaciones la preparación es la misma: cumplir con la vocación a la santidad a la que hemos sido llamados desde nuestro Bautismo. Esta preparación consiste en ir arrancando los vicios y plantando las correspondientes virtudes. Sí, ¡hacen falta virtudes adquiridas! (servicio, obediencia, generosidad, amabilidad, laboriosidad, orden, sinceridad, capacidad de sacrifico…), así como esforzarnos en una entrega sincera a los demás. Así con más facilidad nos saldrá hacer lo mismo en la futura familia, en el convento, en el sacerdocio… allí donde Dios nos ponga.
Recuerda: ¡Nadie puede dar lo que no tiene! La preparación hay que realizarla y cuanto antes mejor. ¡Hemos de capacitarnos para amar de verdad!
Katherine Zambrano Yaguana. Ecuatoriana.